El Amado
(Bautismo del Señor: Isaías 40:1-11; Tito 2:11 Tito 3:7; Lucas 3:15-22)
El primer Concilio Ecuménico que tuvo lugar en el año 325 D.C., declaró enfáticamente que Jesús era el Hijo de Dios. “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Los obispos reunidos en ese Concilio resumieron de esa manera las enseñanzas que habían recibido de sus predecesores, basados a su vez en la predicación de los Apóstoles y del Nuevo Testamento en su totalidad.
Ellos reflexionaron los textos como el que encontramos en el Evangelio de hoy. La voz desde el cielo dice: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. Este es sólo uno de muchos pasajes que indican la relación que Jesús tenía con Dios como su Padre.
Por lo tanto, la Madre de Jesús puede ser llamada, según otro Concilio en el 430 D.C., “Madre de Dios”.
En La Salette ella dirige nuestra atención hacia su Hijo. Incluso antes de pronunciar una palabra, ella nos lo muestra en el crucifijo con un brillo deslumbrante que lleva sobre su pecho. Aquí hay que repetirlo enfáticamente, Maximino y Melania dijeron que toda la luz que rodeaba la Aparición parecía fluir de aquel crucifijo. (Uno podría casi decir, en este sentido, que la Bella Señora, también era “luz de Luz”.)
Pero ella también habla de su Hijo. “Me veré obligada a soltar el brazo de mi Hijo.… los que conducen las carretas no saben jurar sin mezclar el nombre de mi Hijo”. Con todo, “mi Hijo” aparece seis veces en su discurso. Ella no dice “amado”, pero ¿Quién podría negarlo?
“Mi pueblo” aparece tres veces. De nuevo, “amado” no se usa, pero ¿Quién podría negarlo?
Una diferencia sorprendente entre la escena del Evangelio y de la Aparición, es que el Padre está “muy complacido” con su Hijo muy amado, mientras que María vino a decirnos que su Divino Hijo no estaba bien complacido con su pueblo. Ella dio ejemplos específicos que “hacen tan pesado el brazo de mi Hijo”, y describió las consecuencias pasadas y futuras de dicho comportamiento.
Pero al mismo tiempo ella ofreció unos medios muy básicos para remediar la situación. No quería privarnos de la esperanza.
Ella sabía que nuestro pecado no significa que no seamos amados. Sino ¿Para qué hubiera venido?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.