Ahora ya lo sabes
(3er Domingo del Tiempo Ordinario: Nehemías 8:2-10; 1 Cor. 12:12-30; Lucas 1:1-4 y 4:14-21)
Después de que Melania diera su versión del hecho ocurrido en la montaña, una mujer anciana conocida como la Madre Caron se dirigió hacia su hijo y le dijo: “¿Después de todo esto, todavía vas a ir a trabajar los domingos?”
Ella fue la primera en comprender que aquella Bella Señora no podía ser otra que la Santísima Virgen. Ella también reconoció que ‘la gran noticia’ de María requería un cambio de corazón y de vida.
También vemos esto en la lectura de Nehemías. “Los hombres, las mujeres y todos los que podían entender: todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley” – ¡por casi seis horas! Muchos, parece, que nunca la habían oído, y lloraron al darse cuenta cómo, sin saberlo, habían violado la Ley.
Ese fue un momento de gran revelación para ellos. A pesar de que se les dijo de no llorar sino celebrar. Ahora que habían llegado a conocer la Ley, serían capaces de cumplirla. De esa manera podían esperar evitar los castigos y el exilio infligidos a sus ancestros que no habían cumplido la Ley. Tendrían de ahora en adelante una correcta relación son su Dios.
Este es con certeza el caso en el Evangelio. Cuando Jesús dijo, “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” en efecto, está diciendo, “¡Este es el día que todos ustedes estaban esperando!” Esto ciertamente atrajo la atención de su audiencia. El resto del Evangelio se trata de aceptar o rechazar esta afirmación de Jesús.
El Nuevo Testamento muestra una y otra vez las implicaciones de la fe en Cristo. De hecho, San Pablo, lo hace, su reflexión casi filosófica sobre el cuerpo y sus muchas partes fluye directamente de una declaración teológica: “Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo —judíos y griegos, esclavos y hombres libres— y todos hemos bebido de un mismo Espíritu”. Si la Comunidad Cristiana de Corinto pudiera entenderlo de ese modo, sus desacuerdos y rivalidades podrían fácilmente ser resueltas.
Hay una urgencia en las palabras de María en La Salette. Con todo, ahora que su pueblo ya sabe, de qué manera y en qué modo se había extraviado, tal vez llegue a comprender las palabras del salmista: “Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.