La Palabra: Hablada, Escrita, Vivida
(8vo Domingo Ordinario: Sirácides 27:4-7; 1 Corintios 15:54-58; Lucas 6:39-45)
Sirácides es uno de los Libros Sapienciales, lleno de sentido común. Muchas de las enseñanzas de Jesús entran en esta misma categoría. Como tal, hoy escuchamos dos dichos que son casi intercambiables.
Sirácides escribe: “El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra expresa la índole de cada uno”. Jesús dice: “Cada árbol se reconoce por su fruto… porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
Entonces cuando la gente enojada usa el nombre de Jesucristo, ¿Qué clase de fruto se manifiesta? María en La Salette se refiere a esto de manera directa. Su pueblo, su pueblo cristiano, al abusar así del nombre de su Hijo, manifiesta tener un corazón anticristiano.
Alguien podría decir, “no significa nada en absoluto” Pero esto solo hace que el comportamiento sea peor. ¿Cómo podemos pronunciar aquel nombre como si no significara nada? Recordemos lo que San Pedro dijo ante el Sanedrín: “No existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación” (Hechos 4:12).
Mirándolo desde el lado opuesto, está la Palabra de Dios, en las Sagradas Escrituras. En los Evangelios, la palabra “escrito” aparece alrededor de cincuenta veces, invocando la autoridad de la Palabra de Dios para establecer asuntos o probar un punto, así como San Pablo lo hace cuando escribe, “Entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida”.
La Bella Señora se queja porque su pueblo no muestra ningún interés en escuchar la Palabra de Dios. “Sólo van algunas mujeres ancianas a Misa”. Cuán lejos de las palabras de Jesús, “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”. (Lucas 11, 28).
La mayoría de nosotros tenemos que atenernos a las traducciones para entender las Escrituras. En La Salette María cambió su lenguaje al dilecto local cuando vio que los niños no entendían lo que les estaba diciendo en francés. Esto demuestra cuán importante era para ella que su mensaje fuera conocido por todo su pueblo.
La Palabra de Dios en toda su importancia también debe ser traducida, y no solamente en los muchos idiomas del mundo, sino en el idioma que realmente importa: el idioma de nuestra vida.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.