Comer y Beber
(Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario: Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)
Como suele pasar a menudo, hay un tema en común entre la primera lectura y el Evangelio. La Sabiduría dice, “Vengan, coman de mi pan y beban del vino que yo mesclé.” Jesús dice, “Él que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en el.”
Para nosotros hoy, estos textos pueden no parecernos tan diferentes. Las palabras de Jesús no nos impactan tanto como lo hicieron en la gente a la que él le habló aquel día en Cafarnaúm. No se esperaba que la gente entendiera el significado sacramental de este discurso. La reacción de desconcierto se entiende perfectamente.
En La Salette también hay muchos elementos desconcertantes: “el brazo de mi hijo… una gran hambruna que vendrá… los niños morirán… se los hice saber… etc.” Al día de hoy muchos teólogos se saltan partes del mensaje.
Melania y Maximino, por otro lado, una vez tranquilizados por la invitación de María a que se acercaran, parece que no se sintieron incómodos por las partes del discurso dichas en el dialecto que ellos comprendían. De hecho, he visto que muchas veces se los cita como diciendo, “Bebíamos sus palabras.”
Esto es algo parecido a la referencia que San Pablo hace de la bebida: “No abusen del vino… más bien… sino llénense del Espíritu Santo”. Me gusta pensar que los niños bebían del Espíritu junto con las palabras de María.
En el Sermón de la Montaña Jesús dijo: “No se inquieten entonces, diciendo “¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? … El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.”
Para las personan que ven aproximarse la hambruna, esta actitud requiere una fe real.
Dicho esto, para los cristianos católicos, buscar el Reino de Dios y su justicia se entremezcla con el comer y beber. Lo cual nos lleva de nuevo a la Eucaristía. En el Evangelio de Juan de hoy, leemos, “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”.
La Bella Señora quiere que su pueblo tenga vida abundante. Bebiendo sus palabras recordamos de la vida que su hijo nos ofrece en la Sagrada Comunión.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.