Una Casa Santa
(Fiesta de Cristo Rey: Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)
“La santidad embellece tu Casa, Señor, a lo largo de los tiempos”, declara el salmista. Esta declaración de hechos es también un compromiso de preservar la santidad de la casa de Dios, especialmente si hablamos de ‘casa’ en el sentido de ‘hogar’, el espacio donde están todos los de una familia.
Esto exige integridad, el esfuerzo por ser lo que sabemos estamos llamados a ser como cristianos. En el Apocalipsis Jesús es llamado “el Testigo fiel” y es así como lo vemos frente a Pilato. El declara: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”. El verdadero discípulo de Cristo hace lo mismo.
Cuando Nuestra Señora de La Salette les dijo a Maximino y a Melania que hicieran conocer su mensaje a “todo mi pueblo”, ellos se convirtieron en testigos fieles. Nadie quedó excluido; los niños fueron, por decirlo así, a muchos rincones y recovecos, y hablaron con todos que los escuchaban.
La verdad de la cual ellos daban testimonio era específica, limitada a lo que habían visto y oído montaña arriba del pueblito de La Salette: cosechas arruinadas, la infidelidad del pueblo, falta de respeto por las cosas de Dios, como también del importantísimo hecho de que la conversión es siempre posible. La luz de la fe puede entrar a través de la más pequeña rendija del corazón o de la mente.
En la visión de Daniel, “A uno como Hijo de hombre le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”
María usa la imagen del Brazo de su Hijo como una expresión de su dominio, pero otras partes del mensaje hacen eco en las palabras acerca de Jesús en el Apocalipsis, “Aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre”. Él es el Alfa y la Omega, principio y fin, buscando siempre y en todo lugar a aquellos que pertenecen a la verdad y escuchan su voz.
Aceptar su dominio es un acto de sumisión – no de denigración -, pero con genuina humildad, buscando el remedio para los males que nos causamos a nosotros mismos. Él está deseoso de bendecirnos con la paz y hacernos santos.
La Bella Señora ansía hacernos entrar de una manera más completa en la casa de Dios, para que su pueblo pueda ser aún más y verdaderamente el Pueblo santo de Dios. Porque la santidad debe embellecer su Casa a lo largo de los tiempos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.