P. René Butler MS - 32do Domingo Ordinario - Escojan pues, la Sabiduría

Escojan pues, la Sabiduría.

(32do Domingo Ordinario: Sabiduría 6:12-16; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13)

La parábola de las jóvenes necias y prudentes es una historia con moraleja. Habiendo fracasado en su afán de dar la bienvenida al novio cuando llegó, las necias ya no están bienvenidas de entrar a la fiesta. Su falta de sabiduría les salió caro. 

Jesús advierte a sus discípulos a que sean como las jóvenes sabias, no solamente anticipando su regreso sino también haciendo lo que sea necesario para estar preparados.

En la Biblia, la sabiduría abarca muchas ideas, tales como habilidades prácticas, sagacidad, pensamientos profundos y, como en la parábola, prudencia. Esto también incluye el estudio de las Escrituras, para tener la capacidad de aplicar el conocimiento adquirido, en vistas de distinguir lo bueno de lo malo, en concordancia con la voluntad de Dios. 

Tal cual leemos hoy en el Salmo 63, “Me acuerdo de ti en mi lecho y en las horas de la noche medito en ti”. En otro salmo (119) encontramos el famoso versículo, “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino”.

Pero a menos que se desee la sabiduría, esta no podrá ser encontrada. Es por eso que, en 1846, una Bella Señora se apareció a dos humildes niños en los Alpes Franceses, en un globo de luz. Ella quiso que sus palabras fueran lámpara para los pies y luz en los caminos de su pueblo.

Por su belleza y bondad, nos atrae, como a Melania y Maximino, a su luz, o más precisamente, a la luz de su Hijo crucificado. Virgen sabia como ella es, hay cosas de las cuales ella, como San Pablo, no quiere que quedemos indiferentes. Así que ilumina el camino entre Jesús y su pueblo, y nos muestra la brecha que el pecado crea entre él y nosotros.

Por último, por medio de su compasión, ella nos hace esperar la sabiduría que viene con el arrepentimiento, como también los beneficios prometidos a aquellos que vuelven al Señor. 

María habla de la oración, del Día del Señor, de la Misa, y de la cuaresma. Esto, junto con nuestro compromiso personal y devoción, son como el aceite en la parábola, símbolo de la constante renovación de nuestra vida en Cristo. 

Que nuestra lámpara esté siempre encendida para que junto al Salmista recemos, “Yo te contemplé en el Santuario para ver tu poder y tu gloria... soy feliz a la sombra de tus alas”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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