Tengo Sed

(3er Domingo de Cuaresma: Éxodo 17:3-7; Romanos 5:1-8; Juan 4:5-42)

Los Leccionarios en francés y español incluyen información que no es evidente en la traducción inglesa de la primera lectura, ej.; Meribah viene del verbo que significa “querellar” y Massah “Poner a prueba”. Ambos se refieren al episodio cuando los hebreos se atrevieron a presentar juicio contra el Señor.

En Miqueas 6:1-2, el profeta insta a su pueblo: “¡Levántate, convoca a juicio a las montañas y que las colinas escuchen tu voz! ¡Escuchen, montañas, el pleito del Señor!... Porque el Señor tiene un pleito con su pueblo”. Aquí es donde la palabra Meribah aparece como “pleito”. 

El mensaje de Nuestra Señora de La Salette entra en este contexto. Ella reprende a su pueblo por sus pecados, especialmente por el de la indiferencia. El Salmo de hoy, que también hace referencia a Meribá y Masá, tiene como refrán, “Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón”.

En el Evangelio, Jesús le pide de beber a la mujer. Ella asume una actitud contenciosa. “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” Jesús no se ofende, sino que abre el dialogo con ella con las palabras, “Si conocieras el don de Dios”.

Mucho más adelante en el Evangelio de Juan, Jesús declarará desde lo alto del Gólgota. “Tengo sed” Aquí en el capítulo 4, su sed es provocada por la fatiga del viaje. Pero se nos da un indicio de aquella sed que marcó toda su vida y su ministerio, aquel ardiente deseo expresado por él en Juan 12:32: “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Al satisfacer nuestra sed, Jesús satisface la suya.

En la cruz, sangre y agua brotaron de su costado atravesado. El famoso comentarista bíblico Matthew Henry explicó esto con las siguientes palabras: “Representaban esos dos grandes beneficios de los cuales participan todos los creyentes a través de Cristo: justificación y santificación; sangre para la remisión, agua para la regeneración; sangre para la expiación, agua para la purificación.”

La teología católica aplica esto también a los Sacramentos.

En La Salette, hay una Fuente milagrosa. Existió desde hacía largo tiempo, pero siempre se secaba en verano. Pero desde la Aparición ha corrido sin cesar, un recordatorio de las lágrimas de la Bella Señora, y de su sed más profunda – la nuestra también, si solamente lo supiéramos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

La Vocación

(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 12:1-4; 2 Timoteo1:8-10; Mateo 17:1-9)

Hay una leve contradicción entre el Salmo y nuestra segunda lectura. En el primero leemos, “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. Esperanza y temor reverente parecen ser condición para la liberación.

Pero luego San Pablo nos dice, “Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa”. Aquí, la salvación es incondicional.

Vemos esto también en la primera lectura. Abraham fue llamado, y acogió las excelentes promesas de Dios, sin haber cumplido con ningún requisito. Y en el Evangelio, no se nos da ninguna razón de por qué Jesús decidió elegir a Pedro, Santiago y Juan como testigos de la Transfiguración. 

El Señor llama a quien quiere, cuando quiere, como quiere. Esto vale para nosotros también. Como Laicos Saletenses, Hermanas y Misioneros, todos compartimos el don gratuito del amor de María.

Como en el caso de Abram, responder al llamado implica cambios, no necesariamente geográficos,   por supuesto, sino un cambio de corazón, estar abiertos a dones adicionales: el temor del Señor, la generosidad en el servicio a Dios, nuestro deseo de soportar y “compartir los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio”.

La vida de fe, profesar y vivir el mensaje del Evangelio como católicos, nunca ha sido fácil, pero parece más difícil en los tiempos actuales. Se necesita de la oración. La oración a su vez, requiere del silencio, al menos el suficiente como para que seamos capaces de oír las palabras, “Este es mi Hijo muy querido...: escúchenlo”, dichas desde la nube luminosa, y que son silenciosamente replicadas por una Bella Señora que lleva sobre el pecho la imagen de aquel que es el muy querido.

Y cómo podríamos leer el Salmo de hoy sin pensar en ella. A través de sus lágrimas ella vio los sufrimientos de tantos; ella vino “para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”, aunque estaban lejos de temer al Señor o de esperar en su bondad.

¿Cómo compartimos aquella liberación? No hay una única respuesta para tal pregunta.  Pero cuando deseamos profundamente sentir y vivir nuestra vocación, una respuesta se nos presentará en el momento oportuno, probablemente acompañada por las palabras, “No tengan miedo”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Cuidado con el Tentador

(1er Domingo de Cuaresma: Génesis 2:7-9 & 3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11)

Cuando el celebrante se lava las manos al final del ofertorio, dice, “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado”. Conforme va entrando en la parte más sagrada de la Misa, se le hace recordar su indignidad con respecto a lo que está por hacer, en lo personal como en el mero hecho de ser humano.

El mismo pensamiento se expresa en al Salmo de hoy, pero se equilibra, si se quiere, con el último versículo: “Abre mis labios, Señor, y mi boca proclamará tu alabanza”. Por la gracia de Dios, nuestra concupiscencia no es un obstáculo infranqueable para una verdadera adoración.

San Pablo nos recuerda que “todos pecaron” cuando “por un solo hombre entró el pecado en el mundo”; pero ese no era el final de la historia. La justificación vino por medio de Cristo. El Autor de la Vida, el que, “modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida”, envió a su hijo para restaurar la vida.

Pero antes de entregarse por completo a su misión, Jesús fue tentado. Nosotros podemos fácilmente identificarnos con esta experiencia.

Él triunfó sobre el Tentador, pero no vayamos a suponer que no fue tentado realmente. Jesús era verdaderamente humano, y seguramente sabía lo que era sentirse atraído por la gratificación fácil de sus necesidades, por una prueba de que Dios lo estaba cuidando, por el poder de un Rey.

Cuando admitimos nuestros pecados, reconocemos las tentaciones ante las cuales hemos sucumbido. O, como en la Salette, alguien más podría señalar las maneras en que hemos cedido ante el Tentador.

La Bella Señora habló de las siguientes ofensas: Abusar del nombre de su Hijo; trabajar en el Día del Señor; descuidar la Eucaristía; ir a la carnicería en Cuaresma, “como los perros”. ¿Cuál es la tentación subyacente común a todo aquello?

La respuesta puede encontrarse en Jeremías 2:20: “Hace mucho que has quebrado tu yugo, has roto tus ataduras y has dicho: ¡No serviré!” Las respuestas de Jesús al tentador son una declaración de su deseo de obedecer únicamente al Padre. “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”.

Ese es el modelo de cómo resistir la tentación. Pero no esperemos hasta que la tentación llegue. Resistámosla antes. ¡Cuidado con el Tentador, siempre!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Santidad

(7mo Domingo Ordinario: Levítico 19:1-2, 17-18; 1 Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48)

“Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Esta oración se presenta cuatro veces en el Libro de Levítico.

Veamos la razón que se da por este mandamiento. No se trata de una promesa de prosperidad que podríamos esperar. No, la razón es aún más importante. Todo lo que está en conexión con Dios es santo. Su voluntad es sagrada. Nuestra obediencia viene desde la reverencia.

Hay un pasaje parecido en Levítico 22:32: “No profanen mi santo Nombre, para que yo sea santificado en medio de los israelitas. Yo soy el Señor, que los santifico”. Nuestra santidad es obra de Dios. San Pablo se hace eco de este pensamiento cuando escribe, “El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”.

El salmista exclama: “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre”. María en La Salette lloró por la actitud profana hacía el nombre de su Hijo. Esto no era otra cosa que una señal de que su pueblo había abandonado su identidad como templo de Dios. En lugar de rezar, blasfemaban; hicieron de la religión un objeto de burla.

El llamado a la santidad es la exigencia mayor. Tiene que impregnar cada aspecto de nuestra vida. San Pablo lo expresa así. “Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios”.

La Virgen eligió a Maximino y Melania como sus testigos. El mensaje de sabiduría divina fue confiado a niños sin instrucción, para que nadie pudiera perderse el significado de sus palabras.

La sabiduría de este tiempo es contraria al mensaje del evangelio de hoy en particular. Mostrar la otra mejilla es (y probablemente siempre ha sido) contra cultural. Es difícil aun para los cristianos comprometidos.

Afortunadamente, nuestra santidad no se trata de ver quién está en lo cierto o en lo errado, de perder o de ganar. Es primero y ante todo una cuestión de participar en la santidad del Señor o, como Jesús lo plantea, ser “perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.

En nuestros esfuerzos de hacer conocer el mensaje de la Bella Señora, podemos avanzar hacia esa meta, y tal vez transformar, durante la marcha, alguna pequeña parte del mundo que nos toca.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Martillo y Tenazas

(6to Domingo Ordinario: Eclesiástico 15:15-20; 1 Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)

Entre las características más distintivas de la Aparición de Nuestra Señora de La Salette, como es bien sabido, están el martillo y las tenazas sobre ambos lados del crucifijo.

La gente que los ve por primera vez pregunta siempre por el significado que tienen. Ustedes están familiarizados con la interpretación tradicional, pero yo creo que podría ser de más ayuda responder con otra pregunta. Supongamos que María se hubiera dejado ver por los niños sin decir palabra, ¿Cómo podríamos nosotros entender el propósito de su visita?

Las herramientas del carpintero por sí solas no tienen un significado especial. Pero, al estar asociadas con el Crucificado, están conectadas con la Pasión de Jesús, en la que fueron usadas con propósitos distintos.

No es de extrañarse que hayan sido siempre explicadas como llamándonos a elegir entre la vida y la muerte, como leemos hoy en la lectura de Eclesiástico, que parafrasea el discurso de Moisés en Deuteronomio 30:15.

Todas las lecturas de hoy tratan de la elección. El salmista elige la fidelidad a los estatutos de Dios; Pablo ha optado por “una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta”; y Jesús dice cuatro veces, “Ustedes han oído ... pero Yo les digo”, pidiendo nuestra lealtad a sus enseñanzas.

Tendemos a ver la elección como una cuestión moral, y a menudo ese es el caso. Esa es ciertamente la perspectiva de Eclesiástico. Es fácil olvidar que el Sermón de la Montaña es más exigente que los Mandamientos. Eso es lo que Jesús quiso decir al afirmar, “Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”.

Aun así, lo que dice Eclesiástico es cierto: “A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar”. Así que, cuando pecamos, es porque podemos elegir. Pudieran existir circunstancias mitigantes, por supuesto, especialmente si no somos verdaderamente libres.

Dicho esto, ante cualquier decisión concreta debe haber una resolución fundamental de base: como discípulos de Cristo, luchar con todo nuestro corazón para vivir según su palabra.

Eso es lo que la Bella Señora vino a decirnos. Nos puso delante una elección: no someterse, con sus consecuencias, o convertirse, con sus beneficios. Opuestos exactos, tal como el martillo y las tenazas.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Debilidad y Poder

(5toDomingo Ordinario: Isaías 58:7-10; 1 Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)

En muchas culturas, la gente prefiere derramar sus lágrimas en secreto y así no ser vistos por otros. Quizá esto sucede porque las lágrimas son a veces vistas como señal de debilidad. Desde este punto de vista, la Virgen podría decir, junto a San Pablo, “Me presenté ante ustedes débil”.

De hecho, mucho de lo que San Pablo dice en la segunda lectura de hoy podría ser dicho por María en La Salette. Esto es especialmente cierto al llevar ella el crucifijo: “No quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.

A menudo hemos notado que, según Maximino y Melania, la luz de la Aparición emanaba de aquel crucifijo. En Juan 8:12 Jesús dice de sí mismo, “Yo soy la luz del mundo”. En el Evangelio de esta semana, él nos trae a la memoria que, nosotros también, somos la luz del mundo. Él también nos describe como la sal de la tierra.

Es difícil para nosotros imaginar una sal sin sabor. La Bella Señora habla acerca del trigo arruinado, literalmente, pero la imagen podría aplicarse figurativamente a su pueblo. Cuando fue puesto a prueba, ¿cómo estaba su fe? Se hizo polvo, como las espigas del trigo.

San Pablo declara, “No llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría” y “Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu”. En La Salette, María abarcó tanto que hasta habló en patois, el dialecto local, que era típicamente asociado con las clases rurales no educadas, en contraste con el francés que ella usó al principio. Y ella habló de cosas que su pueblo era capaz de entender. 

Venir en la debilidad no es lo mismo que ser incapaz. Significa que el poder que pudiéramos mostrar no es nuestro, sino que viene de Dios. Las sencillas palabras de María tenían poder, poder que fue comunicado a los niños, empoderándoles con el fin de hacer conocer su mensaje. 

Cuán brillante nuestra luz podría resplandecer, citando a Isaías ahora, “Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria”.

Podemos ser empoderados para hacer todo esto y más, pero, hay que recordar siempre, la Gloría pertenece a Dios.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Redimidos

(Presentación de Jesús: Malaquías 3:1-4; Hebreos 2:14-18; Lucas 2:22-40)

El autor de la Carta a los Hebreos escribe que Jesús “debió hacerse semejante en todo a sus hermanos”. Hay un texto en Gálatas 4:4-5 que apunta en la misma dirección; Jesús “nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley”.

El relato evangélico de la presentación de Jesús en el templo refiere dos veces a la Ley, al comienzo y hacia el final. El requisito legal que José y María estaban cumpliendo se encuentra en Éxodo 13: “Conságrame a todos los primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean hombres o animales, me pertenecen”. En el caso de los animales más pequeños, el primogénito era ofrecido en sacrificio; un asno podría ser rescatado con una oveja.

El texto añade: “También rescatarás a tu hijo primogénito”. Hay que recordar que Moisés estaba guiando al pueblo de Dios hacia Canaán, una tierra donde el sacrificio de niños no era desconocido. Dios prohíbe expresamente tal sacrificio.

Aquí hay una ironía delicada. Jesús, que vino a rescatarnos, ¡debía el mismo ser rescatado! El redentor tenía que ser redimido – ser comprado y había que pagar por él, por decirlo así – “para redimir a los que estaban sometidos a la Ley” como en la cita anterior.

Esto tiene consecuencias en nuestra vida de fe. La Salette puede ayudarnos a entenderlas.

Tenemos que reconocer el don de la redención que ha sido ganado en nuestro favor. La Bella Señora indica los medios para alcanzar dicha meta: la oración, la Eucaristía, la penitencia, el respeto por el Nombre del Señor y por el Día del Señor. 

Luego tenemos que darnos cuenta de nuestra propia necesidad de redención. María usa el término “someter”. Requerirá de purificación, un proceso a veces doloroso. En la carta a los Hebreos leemos: “experimentó personalmente la prueba y el sufrimiento”. Y el anciano Simeón le dijo a María en el templo, “a ti misma una espada te atravesará el corazón”. (“¡Hace tanto tiempo que sufro por ustedes!” ella dijo en La Salette.) 

Finalmente, como María, debemos acoger al Redentor en nuestra vida. Podemos hacer nuestras las palabras del Salmo de hoy, expresando el deseo de “¡que entre el Rey de la gloria!”

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Problemas de División

(3er Domingo Ordinario: Isaías 8:23—9:3; 1 Corintios 1:10-13; Mateo 4:12-23)

Frente a la confusión y la rivalidad que se reflejan en nuestra segunda lectura. Pablo se dirige al corazón del asunto: “¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo?”

Como podemos ver en este y en varios otros textos del Nuevo Testamento, la desunión entre los creyentes fue un problema constante. Conforme esto sucede, nosotros recién concluimos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (18 – 25 de enero) El hecho de que este sea un evento anual es un signo de que el problema, desgraciadamente, aún existe.

La separación, por supuesto, es algo natural. Las personas que se han unido por lazos de afecto puede que se vayan a vivir a ciudades o países diferentes; el voto de ser fieles “hasta que la muerte nos separe”, y así en adelante. Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron a sus familias para seguir a Jesús. La separación es parte de la vida humana.

La división es diferente. Implica un tipo de separación que tiene una causa distinta, normalmente el conflicto, cuyos motivos parecen ser virtualmente infinitos.

Nuestra Señora de La Salette se refiere a una clase de división en particular, causada por la indiferencia de aquellos a los que ella llama “mi pueblo” para con aquel a quien ella llama “mi Hijo”. Como Religiosos Saletenses y como Laicos, cuando vemos división, sentimos un deseo de hacer que las personas vuelvan y, si es necesario, vuelvan a Dios.

Algunas divisiones son de un carácter religioso específico. Tal como la Bella Señora no podía quedarse indiferente y simplemente dejarnos sufrir las consecuencias de nuestros pecados, igual que San Pablo no podía quedarse indiferente ante las divisiones entre los Corintios, también nosotros sentimos la necesidad de dar una respuesta ante las divisiones y sufrimientos en nuestra Iglesia. Pero también hay muchas situaciones en nuestro mundo y probablemente tocando nuestras puertas, ahí nuestro carisma de reconciliación se torna urgente.

Mateo ve el viaje de Jesús a Cafarnaúm como el cumplimiento de la profecía de Isaías, “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz”. Respondiendo a su llamado, y al deseo de María de hacer conocer su mensaje, podemos hacer nuestra parte para iluminar la oscuridad.

¿Cómo? Eso depende de la originalidad de nuestro llamado individual, nuestra personalidad y nuestros dones. ¡Hay que ser creativos!

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Llamados, Formados, Enviados

(2do Domingo Ordinario: Isaías 49:3-6; 1 Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)

San Pablo se presenta a sí mismo como el “llamado a ser Apóstol de Jesucristo”, y les recuerda a los Corintios que ellos son “llamados a ser santos”. En la primera lectura, leemos acerca de uno que dice: el Señor “me formó para que yo sea su Servidor;” Juan el Bautista habla de “aquel que me envió a bautizar con agua”.

Todo esto se ve reflejado en la respuesta del Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

El servidor de Dios luego declara: “Yo soy valioso a los ojos del Señor”. No se atribuye mérito alguno, únicamente lo que el Señor ha hecho por él y lo que prometió realizar por medio de él: “Yo te destino a ser la luz de las naciones” 

Cuando Dios elige personas para su servicio, no es necesariamente porque tengan habilidades especiales. Por el contrario, pone su mirada sobre ellos, los elige y luego derrama sus dones sobre ellos. Juan el Bautista, por ejemplo, recibió el poder de reconocer a Jesús como el Cordero de Dios e Hijo de Dios. 

A menudo observamos que los niños elegidos por Nuestra Señora de La Salette no tenían talentos especiales para llevar adelante la misión que ella les confió. Ella les proveyó de lo que carecían, y fueron admirables resistiendo los sobornos y las amenazas, respondiendo a las objeciones y a las preguntas capciosas. Así fue como ella los llamó, los formó, y los envió.

Podemos decir lo mismo de nosotros. Cualquiera sea nuestra vocación, o la manera en que fuimos atraídos a ella, fue obra de Dios. Así, uno de los principios más importantes de la vida espiritual es este: Ve a donde te sientas atraído. El discernimiento, después de todo, es precisamente el descubrimiento en oración de la respuesta dada por Saúl en el camino de Damasco: “¿Qué debo hacer, Señor?” (Hechos 22:10)

Una vocación Saletense está a menudo, por decirlo así, inserta en o superpuesta sobre otra vocación. En las variadas circunstancias de nuestra vida como laicos, religiosos o clérigos, nos sentimos atraídos por la Bella Señora. Ella que declaró ser la servidora del Señor, nos invita a servir con ella al Señor.

Como Maximino y Melania, puede que no seamos los candidatos que nosotros mismos escogeríamos, pero podemos confiar en que María nos provea de guía y de inspiración.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Voz del Señor

(Bautismo del Señor: Isaías 42:1-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)

Los grandes cantantes y oradores saben cómo modular sus voces. De esa manera pueden comunicar lo sutil y lo profundo, la infinita variedad de las emociones en las palabras que dicen o cantan. Dios lo sabe.

Esto explica por qué hay tantos libros en la Biblia. Tan variados y ‘modulados’, como lo son, todos ellos hablan con la voz de Dios, que en las lecturas de hoy se oye venir desde el cielo, de un profeta y de un apóstol. El salmista la oye en el trueno, tal vez, y la describe como poderosa y majestuosa. 

Nosotros no podemos escuchar la voz de Dios del mismo modo como escuchamos a la gente que nos rodea. En la Misa contamos con los lectores y los sacerdotes (o los diáconos) para anunciar la palabra con elocuencia, pero con simplicidad, decirla de tal manera que la palabra se haga viva, y así tocar nuestros corazones y nuestras mentes directamente.

Las Escrituras no titubean para hablar con voz de mujer, de modo más notable en el Cantar de los Cantares, y en los libros de Rut, Judith y Sabiduría. La Salette está bien situada dentro de esta tradición.

Al escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy, podríamos preguntarnos qué quiso decir cuando le habla a Juan, “Conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Muchos expertos, tantos antiguos como modernos, concuerdan que esto significa llevar a cabo la voluntad de Dios.

Este principio yace en el corazón del mensaje de María en La Salette. La voluntad de Dios para nosotros siempre es para nuestro bien. Dándole gracias a él es, como decimos al iniciar el Prefacio de la Misa, justo y necesario. Pero lo que es justo y necesario va más allá del cumplimiento de los requisitos legales.

El concepto bíblico de justicia se refiere a un estado del ser en el que todo es como debe ser, cuando todos hacen los que es justo y necesario. De ese modo llegan para todos la paz y la alegría.

Sin usar la palabra, la Bella Señora estaba describiendo la injusticia de su pueblo. Siendo negligente con las cosas de Dios, se colocó a sí mismo en un estado en el cual nada era como debería ser, y se encontró a si mismo apartado de la alegría y de la paz.

Como Jesús, somos llamados hijos amados de Dios, con quienes él se complace. Modulando su voz a la de aquel mensaje, María se comunica con nosotros de nuevo, de una manera maravillosa.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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