Santificado sea…
(Tercer Domingo de Cuaresma: Éxodo 20:1-17; 1 Corintios 1:22-25; Juan 2:23-25)
Cada vez que recitamos la Oración del Señor, decimos, Santificado sea tu nombre. Esto se nos presenta como una preocupación por Nuestra Señora de La Salette, en dos contextos distintos. Primero ella expresa su tristeza por el mal uso del nombre de su Hijo. Luego, ella anima a los niños a decir por lo menos un Padre Nuestro y un Ave María en sus oraciones por la noche y por la mañana.
Es también una manera de hacernos recordar el Mandamiento: No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano.
De manera interesante, la noción de “santificar” se presenta en el próximo mandamiento: “Acuérdate del Sábado para santificarlo (consagrarlo)”. Nuestra Señora nos recuerda del mismo modo este mandamiento. “Santificar” y “Santo” son lo que los lingüistas llaman palabras relacionadas. Como “fortalecer” y “fuerte”, una es el verbo y la otra es un adjetivo para expresar la misma idea.
En el Evangelio, Jesús estaba enojado porque el Templo, la casa de su Padre, se haya convertido en un mercado. El mismísimo lugar que contenía el Santo de los Santos no se mantenía santo. Los mercaderes de los animales para el sacrificio se habían olvidado de la palabra de Dios a Salomón "Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón eternamente. (1Reyes 9:3).
La lectura de San Pablo viene del primer capítulo de la Primera Carta a los Corintios. La carta comienza con Pablo dirigiéndose a “la iglesia de Dios que está en Corinto, a ustedes que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. Al comienzo mismo de la carta se establece el tema de la mayor parte de lo que continua. Más tarde en la misma carta escribe: “El Templo de Dios, que son ustedes, es santo”
Sin usar estas palabras, María con seguridad tiene la misma noción en su mente cuando habla de “mi pueblo” no hay duda de que ella se refiere al pueblo rescatado por su Hijo, llamado a ser “una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, el pueblo de su herencia” (1Pedro 2:9)
Jesús nos enseñó a rezar, “Santificado sea tu nombre”. Esta es una promesa para santificarlo nosotros mismos. En ese mismo espíritu de compromiso podríamos añadir:
Santificado sea tu día;
Santificada sea tu casa;
Santificado sea tu pueblo.

En Paz con Dios
(Primer Domingo de Cuaresma: Génesis 9:8-15; 1 Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)
El sustantivo “arco” aparece 77 veces en el texto hebreo del Antiguo Testamento. Siempre se refiere a un arma de guerra, aun en la primera lectura de hoy. Pero Dios dice que pondrá su arco en las nubes como un recordatorio de la alianza entre Él mismo y la humanidad, una alianza de paz.
Después del diluvio, Dios había hecho una promesa: “Nunca más volveré a destruir a los seres vivos como lo he hecho”. Él estaba entonces renunciando a la violencia con la que había aniquilado a todos, excepto a ocho personas sobre la tierra.
Esto explica el porqué de este pasaje del Génesis es la primera lectura en la Misa de la Fiesta de Nuestra Señora de La Salette. Uno podría preguntarse si el Obispo de Bruillard tenía este mismo texto en mente cuando escribió a cerca de los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette: “Su institución y existencia serán, así como el Santuario, un monumento eterno, un recuerdo perpetuo, de la misericordiosa aparición de María.”
Hay muchos pasajes de la Escritura después del relato de Noé, en los cuales Dios lucha con las armas de su pueblo, y el Salmo 24 dice que Dios es “poderoso en los combates”; pero el Salmo 46 presenta una imagen diferente. Dios “elimina la guerra hasta los extremos del mundo; rompe el arco, quiebra la lanza … (Diciendo) Ríndanse y reconozcan que yo soy Dios.”
“Ríndanse” puede variablemente ser traducido como soltar, parar, desistir. No es tanto una invitación a quedarse quietos como una llamada a volver atrás ante los hechos de guerra y violencia”
“Reconozcan que yo soy Dios” significa darnos cuenta, reconocer y, sobre todo, respetar a Dios. Este es un elemento importante en las palabras de la Bella Señora. Ella dos veces se lamenta del mal uso del nombre de su Hijo y de no dar a Dios la adoración que le corresponde.
Hoy, el Evangelio de Marcos no da detalles acerca de las tentaciones de Jesús en el desierto, pero sabemos de ellas por medio de Mateo y Lucas; allí encontramos que Jesús es muy firme en cuanto a la importancia de adorar solamente a Dios.
Existe siempre la tentación de olvidar quien es Dios y quienes somos nosotros. Esto no quiere decir que nosotros no seamos importantes. Al contrario, Dios nos dice, “Yo, el Señor, soy tu Dios... tu eres valiosos a mis ojos” (Isaías 43:3-4). Estamos destinados a estar en paz con Dios. Ese es el mensaje que está en el centro mismo del mensaje de La Salette.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Un Toque Reconciliador
(Sexto Domingo del Tiempo Ordinario: Levítico 13:1-2 y 44-46; 1 Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)
San Pablo parece que se vanagloria cuando escribe, “Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” Pero ocurre que él fue, de hecho, un buen modelo de discipulado, y todos nosotros de igual modo estamos llamados a ser imitadores de Cristo, haciendo todo para la gloria de Dios.
Hace muy poco me encontré con una mujer que tenía una escultura de madera, un regalo de una Hermana misionera. Fue esculpida por un enfermo de lepra, quien se la dio a la Hermana como un regalo especial de reconocimiento y gratitud, porque ella fue la única persona que lo había tocado. Ella era una imitadora de Cristo al modo como lo vemos hoy en el Evangelio.
Su toque produjo más que una sanación física. Algo que seguramente no esperaba, tal vez hasta sorprendente, y por lo tanto un singo poderoso, un ejemplo a imitar. Era un toque sanador y reconciliador.
Normalmente nosotros pensamos en la reconciliación como el acto restaurador de una relación entre personas separadas por alguna gran ofensa. Es, como sabemos, una palabra clave en el vocabulario de los Misioneros de La Salette, las Hermanas y los Laicos, todos los que deseamos ser reconciliados con Dios y ser incorporados plenamente al Cuerpo Místico de Cristo.
¿Y cómo esto se aplica a la lepra? Aparte de dos ejemplos claros (Miriam en Números 12 y Giezi en 2Reyes 5), no había ninguna ofensa asociada a la enfermedad.
El hecho reside en que, por ley, como leemos en Levítico, lo leprosos vivían en un estado de apartamiento. Impuros, no podían tener asociación con otros, y cualquiera que entraba en contacto con ellos se hacía impuro también, aunque solamente por un corto tiempo. En este caso dicha situación fue revertida. Por un toque el leproso fue restablecido a la salud y a una vida normal. Podía de nuevo entrar en el templo. Su separación se terminó. Era un acto de reconciliación.
En los años 60 del siglo pasado, los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette fundaron una leprosería en Birmania. El P. William Doherty escribió: “Nosotros establecimos una leprosería para mucha gente afectada por esta temida enfermedad – gente hasta ese momento indeseada y abandonada” Esto era algo que perfectamente concordaba con nuestra misión de reconciliación. Estas personas, desafortunadamente, no podían ser reestablecidas para estar con sus familias. Pero su separación total se terminó
No solamente el pecado cometido y la ofensa hecha, pero cualquier forma de enajenación, claman por un toque reconciliador.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

El Propósito de la Vida
(Quinto Domingo el Tiempo Ordinario: Job 7:1-7; 1 Corintios 9:16-23; Marcos 1:29-39)
“Ay de mí”, escribe San Pablo, “si no predicara el Evangelio”. No se está quejando, sino simplemente afirmando el hecho de que esta responsabilidad, puesta sobre él sin siquiera haber sido consultado, se convirtió para él en el propósito que consume su existencia.
Jesús dice algo similar: “Para esto he venido” refiriéndose a su predicación.
Job nos lleva al otro extremo. Su vida se ha convertido en una carga pesada, y no encuentra ningún propósito en ello. No espera poder experimentar de nuevo la felicidad.
Las lágrimas de María en La Salette, tan bella y poderosa imagen, son preocupantes en algún modo. Pueden hacernos arrepentir de nuestros pecados; lo cual es bueno. Pero algunos se preguntan, cómo puede ser que María en el cielo, pueda experimentar la desdicha.
Y, sin embargo, ella habla del dolor que la infidelidad de su pueblo le causó personalmente. “¡Hace tanto tiempo que sufro por ustedes! … y ustedes no hacen caso… nunca podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. ” Más que un signo de desdicha, sus lágrimas son un signo de su compasión, compasión que ella no pudo haber dejado en el cielo.
La suegra de Pedro puede ayudarnos a entender la situación. Una vez curada, ¿qué es lo que hace? Se pone a servir a Jesús y a sus compañeros. En su enfermedad ella estaba, por así decirlo, esclavizada y sin propósito. El Señor la restauró en su dignidad como señora de la casa. Su honor reside en honrar a sus huéspedes. Probablemente lo mismo podría decirse de todas las personas que Jesús curó aquel día. Especialmente aquellas a quienes liberó de los demonios.
El propósito de la Bella Señora es el mismo; restaurarnos a nuestra dignidad como cristianos. Ella vino a hablar a aquellos que eran católicos solamente de nombre – incluyendo a Melania y Maximino. ¡¿ Eran acaso siquiera consientes de las promesas hechas por ellos en el bautismo?
Podríamos juntar y parafrasear a San Pablo y al mensaje de La Salette diciendo, “¡Ay de mí si no vivo el Evangelio!” María enumera los “Ays” (sufrimientos) de su pueblo, consecuencia de su indiferencia religiosa.
En 1980, San Juan Pablo II les lanzó un desafío a los cristianos de Francia: “Francia, la hija mayor de la Iglesia, ¿eres fiel a tus promesas bautismales?
Verdaderamente, ¿Que propósito pueden los cristianos encontrar no viviendo ni practicando su fe?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Lo Nuevo y lo Antiguo
(Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario: Deuteronomio 18:15-20; 1 Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)
Jesús fue, por decir lo menos, una personalidad interesante, un fenómeno. La gente estaba asombrada por su poder y la autoridad con las que presentaba una nueva enseñanza.
En nuestra segunda lectura, nos encontramos una específica y nueva enseñanza, una novedosa idea presentada por San Pablo. Él pensaba que era mejor no casarse, y de ese modo dedicarse personalmente más a agradar a Dios que a agradar a una esposa o un esposo.
Eso era hace ya casi 2000 años. Mientras que la mayor parte de los escritos de San Pablo son normativos para la fe cristiana. Su idea sobre el matrimonio realmente nunca pegó fuerte. Las enseñanzas de Jesús, por supuesto que han estado vigentes por un muy largo tiempo. En un sentido, las Buenas Nuevas ya no lo son más.
Cuando María les dijo a Maximino y Melania, “Estoy aquí para contarles una gran noticia” Ella realmente no tenía nada nuevo para decir, pero lo que ella tenía para decir era de vital importancia, aun sin ser nuevo. Su mensaje se hace eco de las Buenas Nuevas, como también del Antiguo Testamente. Pero ella no solo repitió las enseñanzas de la Biblia; ella quiso que nosotros las escucháramos de una manera nueva. Aquí está el enfoque profético.
Si leemos a Isaías, Jeremías y Ezequiel, encontraremos un mensaje muy similar, pero el lenguaje y la personalidad de cada uno de estos profetas es diferente. ¡Cuán cierto también es esto con respecto a la Bella Señora!
Podríamos razonablemente esperar alguna similitud entre sus palabras y las Lamentaciones de Jeremías, y así la trágica imagen de niños muriendo se nos presenta con bastante frecuencia. En Jeremías 14,17 leemos, “Que mis ojos se llenen de lágrimas, día y noche, sin descanso” Esto nos hace evocar no solamente el llanto de María sino también las oraciones que sin cesar ella hace por nosotros.
Con todo, ciertas dimensiones de la Aparición son únicas: los inusuales elementos en la vestimenta de María, su elección de los testigos. La novedad de su mensaje yace en la directa aplicación a los acontecimientos del tiempo vigente. Los críticos dicen que las papas no son un asunto apropiado como para que la Santísima Virgen se refiera a ellas. Bastante cierto, en lo abstracto, quizá, pero las papas y el trigo representaban la vida para su pueblo, así que constituían una manera efectiva de captar la atención de aquel pueblo.
La “nueva enseñanza” de Jesús es antigua pero no vieja, nunca pasada. La Salette nos hace recordar la importancia de encontrar nuevas y más efectivas maneras de anunciarla.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Mensaje Urgente
(Tercer domingo del Tiempo Ordinario: Jonás 3:1-10; 1 Corintios 7:29-31; Marcos 1-14-20)
A lo largo de los siglos, mucho más de cien fechas fueron predichas para el fin del mundo por un número interesante de personas: San Martin de Tours, el Papa Silvestre II, el artista Sandro Botticelli, Martin Lutero, Cristóbal Colón, y una horda de famosos o desconocidos pronosticadores. Ninguna de esas profecías se cumplió. ¡La más reciente fecha predicha fue hace solo cuatro meses!
Jonás entra dentro de esta categoría. Él era un profeta verdadero, enviado por Dios, para proclamar ante los ninivitas que su tiempo llegaba a su fin. Pero en el capítulo 4 del libro de Jonás, el profeta culpa a Dios por haberlo enviado y hacerlo pasar por un tonto. Él sabía desde el principio, y lo reclama, que fallaría y que Dios se echaría atrás con el castigo con el que había amenazado.
Pablo escribe diciendo que el tiempo se acaba. María de La Salette dice: “Si mi pueblo no quiere someterse, me veré forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo, es tan fuerte y tan pesado que no puedo sostenerlo más”. Ambos parecen hablar con una cierta urgencia amenazante.
Podemos decir que María en La Salette esperaba la misma clase de fracaso por el que Jonás pasó. Ella no quería que sus predicciones sobre el hambre y la muerte de los niños se cumplan. Ella nos ofreció una alternativa. ¡Nunca es tarde! La transformación es siempre posible.
Jesús da comienzo a su ministerio público proclamando un tiempo de cumplimiento y llamando a su pueblo al arrepentimiento. No hay nada amenazador en esto. Aun así, Jesús está anunciando el fin del mundo – ¡tal como lo conocemos! Un tiempo de transformación ya llega. Esto es lo que San Pablo quiere decir cuando escribe que “El mundo en su forma actual está pasando”
No tenemos manera de saber por qué Simón, Andrés, Santiago y Juan dejaron todo para seguir a Jesús. Una cosa es cierta: era el fin de su mundo tal como ellos lo habían conocido. Convertirse en discípulos de Jesús cambió dramáticamente sus vidas en toda forma imaginable.
Para nosotros, como para ellos, el encuentro con Cristo nos cambia inevitablemente, y no solamente una vez sino una y otra vez. Pero a veces nos resistimos al cambio y necesitamos ser llamados o desafiados nuevamente. Es ahí donde el mensaje de La Salette encaja. Nos hace falta una Bella Señora, o alguien que la ama, para hacerlo conocer.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

La Traducción
(Segundo Domingo del Tiempo Ordinario: 1 Samuel 3:3-19; 1 Corintios 6:13-20; Juan 1:35-42
Tres veces en el evangelio de hoy, Juan nos dice lo que una palabra en hebreo significa. Por lo tanto, podemos concluir que su auditorio no estaba familiarizado con dichas palabras, y que el consideró importante o al menos útil conocerlas y entenderlas. Hay muchos casos similares en el Nuevo Testamento, el más notable es el grito de Jesús en la Cruz: Eli, Eli, lama sabachthani (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)
Nuestra Señora de La Salette, observando que en un momento los niños parecían estar confundidos, dijo, “¿No comprenden hijos míos? Se los voy a decir de otra manera.” Luego tradujo lo que había dicho anteriormente, una o dos oraciones, en el dialecto de los niños, continuó hablando de esa manera hasta el mismo final de su mensaje. Ella, también, conocía la importancia de entender.
En la primera lectura, el anciano Elí le explicó al joven Samuel la naturaleza de la voz que estaba oyendo, y la importancia de escucharla. Después de aquel acontecimiento, el joven se convirtió en uno de los más grandes portavoces de Dios. Discerniendo e interpretando la voluntad de Dios para el pueblo y sus gobernantes.
San Pablo sin usar la palabra, se enfrenta con un tipo de traducción diferente, no de un idioma a otro, sino de la teoría a la práctica o, mejor, de la fe a la vida. Les recuerda a los Corintios que ellos se han transformado en templos del Espíritu Santo, y que deben actuar en consecuencia. En otra parte escribe que a causa del mismo Espíritu podemos llamar a Dios Abba. Aún en el hebreo moderno, ese es el nombre con el cual los niños llaman a su padre.
En La Salette, la Bella Señora lamenta que su pueblo haya fallado al hacer la traducción de su herencia cristiana a una manera de vivir cristiana, esa vida que a veces es llamada simplemente “el Camino” en los Hechos de los Apóstoles.
Esta reflexión me da la oportunidad de agradecer de manera especial a tres hombres. Al Hermano Moisés Rueda, MS., y al Señor Paul Dion quienes han estado traduciendo fielmente estas reflexiones cada semana, respectivamente en español y en francés; y al Padre Henryk Przeździecki, M.S., que las publica en internet. Todos ellos hacen que estas reflexiones sean accesibles a tantos de ustedes a quienes yo no puedo alcanzar
Pero en realidad no necesitas ser un lingüista para traducir el mensaje de la Salette. ¡Sólo vívelo!

¿Qué ponerse?
(La Sagrada Familia: Génesis 15:1-6 & 21:1-3; Colosenses 3:12-21; Lucas 2:22-40
Los peregrinos en La Salette muchas veces preguntan sobre el significado de las rosas, las cadenas, el crucifijo y, especialmente, el martillo y las tenazas que la Bella Señora añadió al simple atuendo de las mujeres de los alrededores de Corps. Ya que ella misma no dio ninguna explicación, y aunque existe una cierta tradición que tiene que ver con estos detalles, cualquier interpretación razonable es posible.
Sin embargo, estos elementos no tienen que ver con lo esencial de la Aparición. Miremos más de cerca a esta mujer, vestida de “sincera compasión, bondad, humildad, dulzura y paciencia”. Sí, esta es Nuestra Señora y nuestra Madre, en quien encontramos las virtudes recomendadas por San Pablo a los colosenses.
La dulzura de su voz tranquilizó a Maximino y Melania y calmó sus temores. Su bondad es evidente en todo lo que ella hace y dice – aun cambiando del francés al dialecto local cuando se dio cuenta que los niños no entendían. Su mensaje, hasta en sus partes más exigentes, está imbuido con la compasión que la movió a venir a nosotros, para reconciliarnos con su Hijo. Con toda humildad, María lloró en la presencia de estos jovencitos extraños. “Y a ti misma una espada te atravesará”, como Simeón le había dicho.
Estas son también las cualidades de una familia cristiana, en ambos sentidos del término: El hogar cristiano y la Iglesia Universal, San Pablo luego escribe: “… sopórtense unos a otros y perdónense unos a otros… y sobre todo háganlo todo con amor”
¿Es esto realmente posible? Por supuesto. Aunque ejemplos de esto parezcan ser relativamente raros. Vemos tantos conflictos, tanto odio. El perdón se hace cada vez más y más difícil, aun entre los cristianos.
El amor cristiano no es automático. “Cristiano” se refiere a la fe en Jesús. En Génesis leemos. “Abraham confió en el Señor y esto le fue tomado en cuenta para su justificación” Así como la fe fue la fundación del edificio de la descendencia de Abraham, así es también para la familia cristiana. Pero necesita ser profunda y sólida.
Muchas personas que se dedican a Nuestra Señora de La Salette llevan una cruz con el martillo y las tenazas. Pero deberíamos también imitar la manera como que ella trató con los dos niños que ella misma escogió; como ella, necesitamos poner nuestra “sincera compasión, dulzura…”

Epifanía
(Epifanía: Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-6; Mateo 2:1-12)
Para los cristianos, la palabra Epifanía tiene un significado limitado, especifico. Si lo buscamos en un diccionario de la Grecia Antigua, podrías sorprendernos al ver cuántos significados tiene. Los ejemplos incluyen: Lo que algo aparenta; cuando algo o alguien se hace visible; los que se ve sobre la superficie; la sensación creada por alguien. En resumen, algo o alguien que es visto o percibido.
Los Magos fueron motivo de sensación cuando llegaron a Jerusalén. Antes de eso, ellos vieron una estrella que se les hizo visible. Ellos recibieron una epifanía y ellos mismos se convirtieron en una cuando aparecieron en escena.
Otra traducción de la palabra griega es simplemente Apariencia, intercambiable con Aparición
En La Salette el globo brillante de luz que los niños vieron primeramente reveló desde su interior a una mujer sentada, con su rostro entre las manos, llorando. Así comienza la historia de su epifanía, su aparición. Melania y Maximino describieron lo que vieron. Esto causó sensación. Podríamos parafrasear las palabras del Evangelio y decir; El Alcalde estaba conflictuado sobremanera, y toda la región por los alrededores de La Salette con él. Y, como Herodes, las autoridades locales intentaron acallarlo todo.
Sin embargo, las epifanías no están restringidas a fenómenos visuales. Es casi como cuando decimos “Ya veo” queriendo decir “ahora entiendo”, hay más en una epifanía de lo que podemos abarcar con los ojos.
Es por eso que nosotros le dedicamos más atención al mensaje de la Bella Señora que a su aparición; es por eso qué estudiamos la historia del acontecimiento, antes y después del 19 de septiembre de 1846; es porque las vidas de los dos niños son importantes, y porque la aparición es una epifanía aun hoy.
Isaías, como profeta, experimentó muchas epifanías. San Pablo experimentó una, en el camino a Damasco. Como resultado, ambos proclamaron la inclusión de los Gentiles en el plan salvífico de Dios: “Los pueblos caminarán a tu luz”, “los Gentiles son coherederos… y partícipes de las mismas promesas en Cristo Jesús”
Los Sabios representaron a las Naciones. Ellos caminaron a la luz de una estrella que cambió sus vidas.
En tanto que la Salette siga siendo una epifanía, tendrá el poder de cambiar vidas.

Glorificando a Dios
(Cuarto domingo de Adviento: 2 Samuel 7:1-16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)
El lema de la Compañía de Jesús es: Ad majorem Dei gloriam – Para la mayor gloria de Dios. La lectura de San Pablo de hoy expresa, en una larga oración, el mismo sentir: “A aquel que los fortalece… sea la gloria para siempre.”
La gloria de Dios es infinita. No nos es posible añadirle nada. Podemos, sin embargo, buscar ser reflejo de su gloria cada vez más en nuestras vidas. Es un asunto de servicio, ya sea grande o pequeño, según nuestra vocación y nuestras habilidades.
Un famoso biógrafo de Santa Teresa de Calcuta la describió como habiendo hecho Algo Hermoso para Dios. El Rey David tuvo la misma idea, pero no era su vocación. Con todo, él fue premiado por su deseo de servir, y la promesa que se le hizo fue cumplida en Jesús por medio de las palabras del Ángel: “Y su reinado no tendrá fin.”
No todos nosotros glorificamos a Dios como nos gustaría. No es una elección que nos toca. María seguramente nunca esperó ser la madre del Mesías. Pero ella no rechazó el llamado de Dios, y vivió su vocación según los dones que ha recibido. De hecho, inmediatamente después de la Anunciación, ella partió sin demora para ayudar a su prima. En esto y a lo largo de su vida el Señor estaba siendo glorificado (“engrandecido”) en ella.
Melania nunca esperó encontrarse con la Santísima Virgen y recibir de ella un mensaje para su pueblo. El momento vino después, cuando ella con alegría hubiera servido a Dios como una religiosa. Pero no fue el caso. En cambio, tuvo que enfrentar muchas pruebas, y el Señor fue glorificado en su fidelidad.
Sin embargo, no podemos darnos el crédito cuando Dios es glorificado en nuestras vidas. En uno de los prefacios de la Misa reconocemos esto de manera clara: “Aunque no tienes necesidad de nuestra alabanza, nuestra propia acción de gracias es tu don ya que nuestras alabanzas no añaden nada a tu grandeza, pero son propicias para nuestra salvación.”
A veces, todo lo que podemos hacer es reconocer su gloria, y proclamarla, como lo hacemos en el Salmo de hoy, por ejemplo: “¡Cantaré eternamente tu bondad, Señor!”
En este contexto, podemos entender el mensaje de La Salette como un eco del Salmo 34:4, es como si María nos estuviera urgiendo: “Glorifiquen conmigo al Señor, juntos alabemos su nombre.”

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