¿Te has dado Cuenta?
(Santísima Trinidad: Deuteronomio 4:32-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20)
¿Cuántas veces has pensado en la Santísima Trinidad la semana pasada? Supongamos que fuiste a la Misa Dominical, recitaste el Rosario tres veces, y rezaste con el breviario la oración de la mañana o de la tarde una vez.
Agregándolo todo se llega como mínimo a unas 25 veces en que, ya sea escuchaste, leíste o pronunciaste los nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pero la pregunta es: ¿pensaste en ellos? Estuviste atento o, usando una expresión saletense, ¿ hacían ustedes bien la oración? ¿Estabas de verdad rindiendo homenaje a la Santísima Trinidad?
Tal vez es debido a nuestra tendencia a la distracción que la Iglesia nos ofrece cada año una solemnidad en la cual podemos conscientemente adorar a Dios en toda su magnificencia y gloria trinitarias.
La revelación del misterio más profundo de Dios llevó siglos. Primero con la creación. “Él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste” conforme leemos en el Salmo Responsorial. Después de elegirse un pueblo, lo liberó de la esclavitud, tal como Moisés se lo hace recordar en la primera lectura. Finalmente, él nos envió a su Hijo, quien a su vez nos envió el Espíritu.
Sin usar un lenguaje trinitario, el mensaje de Nuestra Señora de La Salette evoca al Padre que rescató a su pueblo, pero cuyos mandamientos estaban siendo ignorados. Su crucifijo nos muestra al Hijo que redimió y reconcilió a su pueblo; y este se negó a brindarle el respeto y la adoración que le son debidos. Las lágrimas de María son su modo de decir, “¿Cómo pudieron olvidarlo?”
¿Podría ser el Espíritu la Fuente de la luz de la cual ella estaba formada, o la inspiración detrás de sus palabras? Sea como fuere, el Padre, el Hijo y el Espíritu se reflejan plenamente en su ternura y belleza.
Uno podría sentirse tentado a ver otra dimensión trinitaria en la aparición. La Salette es una y tres. Es un evento singular; pero sus tres momentos dan origen a las distintas imágenes de la Madre que llora, la Conversación, y la Asunción.
En la segunda lectura, San Pablo nos dice que nosotros hemos recibido “el espíritu de hijos adoptivos” y que somos “coherederos de Cristo”. Por lo tanto, démonos cuenta de lo que decimos cuando rezamos, “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que vendrá” (Aclamación del Evangelio).
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.