Cómo Servir al Señor, y Porqué
(21er Domingo Ordinario: Josué 24:1-18; Efesios 5:21-32; Juan 6:60-69)
¡Advertencia! Las lecturas de esta semana nos desafiarán de muchas maneras.
La última vez que nos topamos con estas lecturas (hace tres años), el título de la reflexión era ¿A quién vamos a servir? Todo apuntaba hacia una respuesta obvia – nosotros servimos al Señor. Para nosotros, ¡la decisión ya está tomada! Nosotros, como Josué, elegimos servir al Señor. ¡Grandioso! ¿Y ahora qué? A continuación viene el cómo.
¿Qué significa realmente servir al Señor? ¿Qué podemos hacer? Nuestra Señora de La Salette nos da una lista parcial. Oración diaria, Eucaristía semanal, la práctica anual de la Cuaresma, el respeto por el nombre del Señor.
La lista completa nos viene de las Escrituras y de las enseñanzas de la Iglesia, que también colocan frente a nosotros la importancia del amor al prójimo, por medio de las Obras de Misericordia Espirituales y Corporales.
Es así que estamos llamados a la oración, al amor, a la misericordia. Pero la manera de servir no termina con el cumplimiento de dichas cosas. Todo esto presupone dos actitudes fundamentales: sumisión y conversión, a las que siempre experimentamos como desafiantes.
Josué le dio a su pueblo algunas opciones. Dijo, “Elijan hoy a quién quieren servir”. Ese era el momento de la verdad para ellos. Dieron la respuesta correcta: “También nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios”. ¿Era suficiente?
La verdadera manera de servir al Señor puede resumirse como sigue: Si yo quiero fiel, verdadera y honestamente servir al Señor, sólo puedo hacerlo si mi compromiso hacia él es totalmente incondicional. Pero, ¿cómo puedo estar seguro de ello?
La respuesta a esa pregunta nos acerca al por qué. Simón Pedro habló por los Apóstoles y, esperamos que también por nosotros, cuando dijo, “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
¡Que poderosa declaración de fe! ¿Es la nuestra también? ¿Realmente creemos que nuestra vida se vuelve vacía sin Cristo? ¿Estamos deseosos de aceptar su voluntad, y hasta subordinarnos los unos a los otros, por reverencia a él?
Los desafíos son muchos, pero aun así esperamos poder aclamar junto al salmista, “Mi alma se gloría en el Señor”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.