Así ustedes vivirán
(22do Domingo Ordinario: Deuteronomio 4:1-8; Santiago 1:17-27; Marcos 7:1-23)
¿Cuándo fue la última vez que alguien te dijo, “¡Ustedes católicos son un pueblo sabio y prudente! ¿Quién más tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley de ustedes? Probablemente nunca.
Sin embargo, en la primera lectura, Moisés anticipa que las otras naciones quedarán impresionadas con las leyes y los estatutos que Dios le dio a su pueblo. Le pide a su pueblo que “escuche los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán”. En otras palabras, la Ley, lejos de ser una carga pesada, es un don maravilloso. Un don que los hará capaces, en las palabras del Salmo de hoy, de proceder rectamente y practicar la justicia.
¿Por qué entonces, en el Evangelio de hoy, Jesús es tan crítico con los fariseos y los escribas, tan cumplidores de la ley? Porque en ellos se vio cumplida una profecía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Isaías 29:13)
De aquellos a quienes María llamó “mi pueblo” en La Salette, muchos ni siquiera reunían los mínimos requisitos propios de su fe. Ella les dijo, entre lágrimas, cuánto tuvo que rogarle a su hijo por ellos. Ella les suplicó que observaran la Ley, no con un espíritu legalista, sino para su propio bien. Ella no quería que Jesús los abandonara en el hambre y en la muerte. Ella vino para que tengan vida.
Mucha gente está dispuesta a obedecer las leyes de su país. Pero cuando se trata de la moral cristiana y del dogma, es sorprendentemente fácil “dejar de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Nos olvidamos del mandato “No añadan (como los fariseos) ni quiten nada (como estamos inclinados a hacer) de lo que yo les ordeno”.
Los israelitas no observaban la Ley perfectamente. Tampoco nosotros. A menudo nos quedamos cortos cumpliendo el plan de Dios para nosotros. Confiando en su misericordia, lo intentamos de nuevo. Esto es primordial para el mensaje de la reconciliación, el llamado a volver al espíritu y a la práctica de nuestra fe católica.
Santiago escribe, “Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla”. La docilidad es esencial en nuestra relación con la voluntad de Dios.
Dios conoce aquello que da vida. También la Bella Señora.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.