Un tiempo de prueba
(1er Domingo de Cuaresma: Deuteronomio 24:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)
La Cuaresma ya está aquí. Hemos tomado algunas resoluciones, quizá ir a Misa diariamente o decir algunas oraciones. Nos hemos impuesto a nosotros mismos ciertos sacrificios (ayunar de dispositivos electrónicos, por ejemplo) posiblemente en vistas de buscar el bien de los demás. En un sentido real, estamos poniéndonos a prueba a nosotros mismos.
Por este mismo hecho, nos estamos exponiendo a la tentación. Podríamos comenzar a cuestionarnos si estamos abarcando mucho, o sentirnos inclinados a hacer algunas excepciones, relajar nuestra disciplina, o redefinir la oración, el ayuno, el dar limosna.
La Cuaresma y La Salette combinan bien. Ambas nos invitan a la conversión y a poner ante nuestros ojos al Cristo Crucificado – sin mencionar el hecho de que la Bella Señora explícitamente mencionó la Cuaresma en su discurso.
En las Escrituras, “tentar” y “probar” se usan indistintamente. Así, al tentar a Jesús en el desierto, el diablo lo estaba poniendo a prueba.
Recordemos que los cuarenta días de Jesús en el desierto ocurren cuando “recién había sido bautizado”. Acababa de escuchar la voz del cielo, “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección“. Es por eso que el diablo comienza dos de las tentaciones diciendo, “Si tú eres Hijo de Dios”. No debemos pensar que Jesús no fue tentado realmente para comprobar aquello.
De manera similar, una experiencia de conversión es típicamente seguida de un tiempo de prueba. Muchos peregrinos en La Salette responden al llamado de María. El desafío para ellos tiene lugar cuando bajan de la montaña y retornan a los quehaceres de la vida diaria, especialmente si no reciben el apoyo de la gente que les rodea.
En la primera lectura, se describe un ritual que hace alusión a los cuarenta años durante los cuales los hebreos deambularon por el desierto luego de que Dios los había liberado de la esclavitud “con el poder de su mano y la fuerza de su brazo” Pusieron a prueba al Señor muchas veces. Hoy, Dios sigue ahí, esperando que nosotros lleguemos a creer con todo nuestro corazón, y pongamos nuestra fe y nuestra confianza en él.
Cada uno de nosotros encontramos nuestra propia manera de vivir la Cuaresma, pero no es una manera puramente personal. Necesitaremos de las oraciones de los demás, de los sacrificios, y de ayuda si queremos realmente peregrinar con Cristo en nuestros corazones y en nuestro espíritu. Animémonos los unos a los otros a rezar más, ayunar más, dar más, mientras nos atrevemos a decir, “No nos dejes caer en la tentación”.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.