¿Cristianos modelo?
(2do Domingo de Cuaresma: Génesis 15:5-18; Filipenses 3:17—4:1; Lucas 9:28-36)
¿Quién de nosotros sería tan atrevido como para presentarse a sí mismo como modelo de fe y de vida cristiana? Y sin embargo San Pablo lo hace en la segunda lectura. “Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado”.
No se trata de jactancia personal, sino de una honesta declaración de la dedicación de San Pablo a Cristo y a la Iglesia. De su convicción y conciencia personal de haber sido elegido, privilegiado.
Abrám en la primera lectura, y Pedro, Santiago y Juan, en el Evangelio, fueron seleccionados de entre los otros para bendiciones especiales. Abrám recibió la promesa y la alianza de Dios; los discípulos vieron y oyeron cosas asombrosas.
Los otros podrían haberse preguntado ¿por qué ellos y yo no? Pero Abrám y los discípulos podrían a su vez preguntarse, ¿por qué yo y no algún otro? Las escrituras no nos ofrecen respuesta.
En La Salette, ¿por qué a Maximino, por qué a Melania? ¿Por qué no a personas más preparadas para semejante tarea? En nuestro ambiente saletense, ¿por qué tú, por qué nosotros?
Aquellos que realmente experimentan la presencia de Dios se transfiguran, a veces repentinamente, pero normalmente de manera gradual. Vemos esto en la vida de los santos. Quizá tú lo viste en personas que conoces. ¿Has pensado en aquella presencia, “¡qué bien que estamos aquí!?
¿Cómo fue que llegaron a este estado? Muy probablemente, sus transfiguraciones persona(es se entrelazaron con sus conversiones, pues respondieron al mandato del cielo, del que se hace eco en La Salette, “Este es mi Hijo, el Elegido; escúchenlo”.
Dios llevo afuera a Abrám para mostrarle las estrellas. Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y subió a la montaña para orar y revelar su gloría antes de su viaje final a Jerusalén.
La Bella Señora, manifestada en luz, atrae a las personas primero hacia sí misma, pero las lleva finalmente hacia Jesús. Ella quiere transformar a los pobres pecadores en santos lavados y relucientes en la sangre del cordero.
Así como Abrám o los tres discípulos, ¿Qué promesas oiríamos nosotros, que cosas asombrosas veríamos? No todos nosotros nos transformaremos en modelos a imitar por los demás, pero algunos lo harían. ¿Por qué tu no?
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.