Lo que el Señor necesita
(Domingo de Ramos: Lucas 19:28-40; Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Lucas 22:14 a 23-56)
Siguiendo las instrucciones de Jesús, sus discípulos, cuando les preguntaron por qué estaban llevándose al asno, respondieron, “El Señor lo necesita”.
¿Qué es lo que el Señor necesita de nosotros? En primer lugar y, ante todo, a nosotros mismos.
Cuando Nuestra Señora de La Salette les dijo a Maximino y a Melania, “Háganlo conocer” ¿acaso no les decía “El Señor los necesita”? Ellos, y nadie más, fueron elegidos para ser los primeros en anunciar el mensaje saletense de conversión y reconciliación.
¿Qué recurso, don, o talentos necesita de nosotros el Señor? Para cada uno será distinto, pero hay mucho que tenemos en común. Por ejemplo, todos recibimos el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. ¿Cómo entonces lo llevamos a nuestro mundo personal de familia, amistades, comunidad o cuando es posible, más allá?
Algunos de los Fariseos pensaron que la multitud que aclamaba a Jesús ya estaba sobrepasando los límites. El respondió, “¡Si ellos callan, gritarán las piedras!” Encontramos en La Salette una similar predicción extravagante: “Las piedras y las rocas se transformarán en montones de trigo”, proclamando, por así decirlo, la misericordia de Dios por aquellos que vuelven a él.
No hay tiempo para quedarse callado. El Señor necesita de nuestra voz, y nos dará a cada uno nuestra propia “lengua de discípulo” (primera lectura), para profesar la gloria de Dios y hacer nuestras las palabras del Salmo de hoy: “Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea”.
Para muchos de nosotros, esto no será fácil, especialmente si vivimos en una sociedad que es indiferente y hasta hostil a nuestra fe.
En este contexto pongamos en consideración lo que Jesús le dijo a Pedro. “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
Sabemos que el coraje de Pedro falló en un momento crítico, pero no su fe. Sin poner excusas a su cobardía, regresó y en los Hechos de los Apóstoles proclamó con intrepidez las Buenas Nuevas y guió los primeros pasos de la Iglesia. El Señor lo seguía necesitando, como sigue necesitando de nosotros – ¡que glorioso y humilde pensamiento! – para fortalecer en la fe a nuestros hermanos y hermanas.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.