El Espíritu Santo y nosotros mismos
(6to Domingo de Pascua: Hechos 15:1-2, 22-29; Apocalipsis 21:10-14, 22-23; Juan 14:23-29)
La carta dirigida a los cristianos gentiles, en la primera lectura de hoy, es crucial para nuestro entendimiento de la Iglesia. La declaración que resuelve la crisis tiene como prefacio la frase: “El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido”.
Es inconcebible que los Apóstoles y los ancianos pudieran no estar de acuerdo con el Espíritu Santo. ¿Entonces por qué adjuntan su decisión a la del Espíritu Santo? Retomaremos luego este punto.
Las otras lecturas expresan ideas similares. Jesús dice, “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. En el Apocalipsis leemos, “No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero”.
Todos estos textos reflejan la íntima unión entre lo humano y lo divino en la Iglesia. Nos hemos acostumbrado con razón a pensar en nosotros mismos como la Iglesia. Sin embargo, sin Jesús, sin el Padre y sin el Espíritu Santo, no nos diferenciamos de cualquier otra organización. Sin nosotros, por otro lado, Dios mora en su gloria trinitaria, pero no hay Iglesia.
La Bella Señora de La Salette les habló a cristianos que eran Iglesia, pero sólo de nombre. Muchos, al alejarse y separarse de las fuentes de la fe provista por el Espíritu Santo en los sacramentos, dejaron de ser morada o templo de Dios.
Dos expresiones en las lecturas de hoy se escuchan en cada celebración de la Eucaristía, juntas en el rito de la Comunión. Son, “La paz les dejo, mi paz les doy”, y “el Cordero”. María vino a restablecernos al estado de paz con el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.
Ahora volvamos a la pregunta anterior. El Espíritu Santo, a quien Jesús llama “el Paráclito”, es el maestro enviado por el Padre. Nosotros la Iglesia, no podemos perdernos cuando enseñamos lo que el Espíritu Santo enseña, por medio de nuestras instituciones y estructuras, y en nuestras vidas personales. Así la decisión del Espíritu Santo es nuestra también.
La propia existencia del Laicado Saletense es una manifestación bastante reciente de esta realidad. Dejemos que el templo nuevo y santo se construya en nuestro interior mientras dejamos que el Abogado obre en nosotros para la gloria de Dios y del Cordero.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.