Comer y Beber

(Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario: Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)

Como suele pasar a menudo, hay un tema en común entre la primera lectura y el Evangelio. La Sabiduría dice, “Vengan, coman de mi pan y beban del vino que yo mesclé.” Jesús dice, “Él que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en el.”

Para nosotros hoy, estos textos pueden no parecernos tan diferentes. Las palabras de Jesús no nos impactan tanto como lo hicieron en la gente a la que él le habló aquel día en Cafarnaúm. No se esperaba que la gente entendiera el significado sacramental de este discurso. La reacción de desconcierto se entiende perfectamente.

En La Salette también hay muchos elementos desconcertantes: “el brazo de mi hijo… una gran hambruna que vendrá… los niños morirán… se los hice saber… etc.” Al día de hoy muchos teólogos se saltan partes del mensaje.

Melania y Maximino, por otro lado, una vez tranquilizados por la invitación de María a que se acercaran, parece que no se sintieron incómodos por las partes del discurso dichas en el dialecto que ellos comprendían. De hecho, he visto que muchas veces se los cita como diciendo, “Bebíamos sus palabras.”

Esto es algo parecido a la referencia que San Pablo hace de la bebida: “No abusen del vino… más bien… sino llénense del Espíritu Santo”. Me gusta pensar que los niños bebían del Espíritu junto con las palabras de María.

En el Sermón de la Montaña Jesús dijo: “No se inquieten entonces, diciendo “¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? … El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.”

Para las personan que ven aproximarse la hambruna, esta actitud requiere una fe real.

Dicho esto, para los cristianos católicos, buscar el Reino de Dios y su justicia se entremezcla con el comer y beber. Lo cual nos lleva de nuevo a la Eucaristía. En el Evangelio de Juan de hoy, leemos, “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”.

La Bella Señora quiere que su pueblo tenga vida abundante. Bebiendo sus palabras recordamos de la vida que su hijo nos ofrece en la Sagrada Comunión.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

El Alimento para el camino

(19no Domingo del Tiempo Ordinario: 1 Reyes 12:4-8; Efesios. 4:30—5:2; Juan 6:41-51)

El Sacramento de la Unción de los Enfermos solía llevar el nombre de Extremaunción. Hoy en día los católicos entienden que este sacramento se imparte en vistas de sanación, no de muerte. Hay, sin embrago, ciertos ritos que hay que seguir cuando la muerte es inminente.

Entre estos está el Viático. La palabra original en latín significaba provisiones (dinero, comida, etc.) para el camino. En la Iglesia, se refiere a la Santa Comunión que se le lleva a la persona agonizante. El Catecismo de la Iglesia Católica lo describe en estos términos: “La Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo recibida en el momento del paso hacia el Padre, tiene una significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día"”

Cuando Elías se sentía desalentada y quería morirse, Dios le proveyó con comida para el viaje, para darle fuerzas y ayudarle a continuar con su misión profética.

El mensaje de Nuestra Señora de La Salette era dirigido a “su pueblo” que, entre otras cosas, daba poca importancia a la Eucaristía. No solamente la Iglesia en general sufría de persecuciones de parte de la Revolución Francesa, sino aun desde antes, con el anticlericalismo que había entrado profundamente en la cultura francesa como resultado de la Era de la Ilustración.

En aquel contexto. El “prueben y vean cuan bueno es el Señor” encontraría poca repercusión. “Solamente unas cuantas mujeres ancianas” se lo tomaron en serio, al parecer.

Y a pesar de todo, hay algo en torno a la Bella Señora y a su mensaje que ha logrado tocar hasta los corazones más endurecidos. El padre de Maximino, originalmente hostil a la Aparición, llegó a entender el amor de Dios, y a partir de entonces fue a misa diariamente. Su conversión se debió a un episodio en su vida que tenía que ver con un pedazo de pan y del cual María hizo que Maximino se acordara.

San Pablo escribe: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios que los ha marcado con un sello para el día de la redención”. Sí, la práctica de la fe siempre ha enfrentado desafíos, pero es especialmente difícil en culturas secularizadas.

Así que todos necesitamos del alimento que nos da Cristo para poder caminar en la vida. No es solamente para los agonizantes; a todos nos da la fortaleza para continuar.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

La Frivolidad de los Pensamientos

(18avo Domingo del Tiempo Ordinario: Éxodo 16:2-15; Efesios 4:17-24; Juan 6:24-35)

San Pablo escribe que los Gentiles viven “por la frivolidad de sus pensamientos.” Su auditorio, los cristianos de Éfeso, así estaban acostumbrados a vivir, pero ya no deberían hacerlo más. El no explica dicho término en detalle, pero lo asocia con la “corrupción de los malos deseos”

Los malos deseos se expresan en la primera lectura: “¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí nos sentábamos delante de las ollas de carne, y comíamos pan hasta saciarnos” No hay nada malo en que la gente hambrienta aspire por comida, pero en este caso lo malo radica en la falta de confianza, cuando acusan a Moisés de hacer morir de hambre a toda la comunidad, en esa actitud de ingratitud que expresaban.

Dios los había rescatado de sus opresores, con mano firme y brazo extendido, y aun así no pudieron poner su confianza en Él. No obstante, los salvó una vez más. Pero en el próximo capítulo de Éxodo, el pueblo volvió a caer en la frivolidad de sus pensamientos, quejándose de que Moisés los había sacado de Egipto solo para hacerlos morir de sed.

Conforme uno va leyendo el discurso de Nuestra Señora de La Salette, uno siente que ella hace referencia a una situación similar. Su pueblo había caído en una especie de banalidad en el pensar, echándole la culpa a Dios por sus problemas. Como San Pablo dice en otro lugar (Romanos 1:21), “Habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad.”

En el Evangelio, Jesús mira el vano pensamiento de aquellos que habiendo sido testigos del milagro de los panes y los peces. No era desde la fe que ellos lo estaban buscando, sino porque deseaban comer de nuevo. Les dice que trabajen por la comida que permanece hasta la vida eterna. La “obra” en este caso es la fe; el creer en aquel que Dios envió. Seguidamente se proclama a sí mismo como el pan de vida.

En las semanas venideras tendremos la oportunidad de reflexionar más profundamente sobre esto. Por el momento, quedémonos con la importancia de la “obra” de fe.

En La Salette, María habla mucho de la práctica religiosa, no porque esta constituya la fe, sino porque su falta demuestra la falta de fe. Sin esta vital relación con el Señor, hasta la religión puede llegar a ser un poco más que vanos pensamientos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Movidos por la Compasión

(16to Domingo del Tiempo Ordinario: Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

La palabra “pastor” en el lenguaje de la Iglesia se refiere a los sacerdotes, y el texto de Jeremías, “Ay de los pastores” podría bien hacernos pensar en los escándalos que continuamente golpean a la Iglesia. Pero en el Antiguo Testamento, era a los gobernantes a quienes se les llamaba pastores, y es a ellos a quien Jeremías condena.

Dios promete a sus ovejas que, “Les pondrá pastores para que las pastoreen” y les dará un rey “que reinará y gobernara con sabiduría”. Podemos fácilmente ver esta profecía cumplirse en Jesús, cuyo corazón “se llenó de compasión al ver a la multitud”

Muchos siglos más tarde, el corazón de una Bella Señora fue movido por la compasión por su pueblo. Y como Jesús, ella “les enseñó muchas cosas”

San Pablo escribe, “Ahora, por la sangre de Cristo, están cerca los que antes estaban lejos”. Nuestra Señora de La Salette con mucha tristeza revierte esta afirmación en su mensaje. Su pueblo, que antes estaba cerca, está ahora alejado de su Hijo.

Simplemente al hablar de su Hijo, el que “es nuestra paz”, ella “predicó la paz” como él lo hizo. Igual que San Pablo parece no poder encontrar suficientes maneras para decir cómo Jesús trajo la reconciliación tanto a los judíos como a los cristianos gentiles, lo mismo María, encuentra abundantes modos para describir cómo su pueblo necesita aquella reconciliación. Ella también muestra la manera en que su pueblo puede encontrarla, es decir por medio de honrar el nombre del Señor, respetar el Santo Día del Señor, volver a él en oración, participar de la Eucaristía.

Todo esto y más, son expresiones de una confianza que se expresa en el Salmo de hoy. El Dios que pone su mesa delante de nosotros es el mismo Dios que vio la ansiedad del padre de Maximino cuando le dio un pedazo de pan. Este es el Dios compasivo, su bondad y su ternura están con nosotros todos los días de nuestra vida.

Aquellos que responden al mensaje de María, en lugar de pasar hambre, no tendrán carencias. En lugar de andar como ovejas sin un pastor, caminarán por la senda del bien, sus almas serán revitalizadas, no temerán al mal. Esto no es un sueño. Es una visión profética.

La compasión no es solo un sentimiento. Nos lleva a la acción. Jesús enseñó a su pueblo a buscarlo con esperanza. María vino a renovar esa esperanza. Mira a tu alrededor. ¿De quién te apiadas? ¿Cómo vas a actuar?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Fortaleza en la Debilidad
(14to Domingo del Tiempo Ordinario: Ezequiel 2:2-5; 2 Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)
A menudo experimentamos nuestras propias lágrimas como signo de debilidad o de vulnerabilidad. Luchamos contra ellas, las escondemos si podemos. En muchas culturas es extremadamente raro que los adultos lloren frente a otras personas, y solamente una tristeza o un dolor intenso pueden hacer que algo así llegue a suceder.
En La Salette, la Santísima Virgen se dejó ver derramando lágrimas. Lejos de mostrar debilidad, esas lágrimas son, sin embargo, uno de los aspectos más fuertes de la Aparición, algo que llama la atención de manera especial.
Cuando estamos en la presencia de alguien que llora, casi siempre queremos encontrar una manera de reconfortar o consolarlo. Pero María dijo, “Por mucho que recen, por mucho que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido en favor de ustedes. Ante semejantes palabras nosotros mismo nos sentimos impotentes.
Sin embargo, San Pablo nos anima cuando escribe, “Cuando soy débil, entonces es que soy fuerte” En la noción de debilidad el incluye “insultos, dificultades, persecuciones y carencias”, lo que Jesús mismo experimentó volviendo a su tierra y cuando a Ezequiel se le dijo lo que podría esperar como profeta.
Este es el contexto en que San Pablo cita las palabras que le dijo el Señor: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. En otras palabras, la fuente de nuestra fortaleza no está y no puede estar en nosotros mismos.
Cuando la Bella Señora nos llama a la conversión, resalta la oración y la Misa porque son el mejor medio para recibir del Señor la fortaleza que puede venir solamente de El – la fortaleza para hacer los cambios necesarios en nuestra vida, para aceptar las contrariedades o el rechazo que ello puede implicar. Si confiamos en nuestros propios esfuerzos, fracasaremos.
Lo más difícil para nosotros es rendirnos. No significa abandonar la esperanza, sino darnos cuenta de cuan débiles somos. Es doloroso. Nos puede llevar a derramar lágrimas.
En los confesionarios de los Santuarios de La Salette, a menudo encontramos penitentes que lloran cuando confiesan sus luchas con el pecado. Se disculpan por sus lágrimas, pero uno de nuestros sacerdotes ha aprendido a decirles, “Esto es La Salette, las lágrimas son bien acogidas aquí.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

La Muerte, le Fe, la Vida
(13er Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 1:13-15 & 2:23-24; 2 Corintios 8:7-15; Marcos 5:21-43)
El libro de Sabiduría da cuenta de la muerte como un hecho triste de la vida. Nuestra Señora de La Salette entre lágrimas nos trae a la mente la muerte de los niños en las manos de las personas que los sostienen. Nosotros también, entendemos de manera instintiva que esto no es como se suponía que fueran las cosas.
En el Evangelio de hoy dos personas con necesidades apremiantes que se acercan a Jesús. Jairo desesperadamente quiere que su hija viva. La mujer en medio de la multitud había estado enferma durante doce años y quiere vivir una vida normal. Ambos se acercan a Jesús porque creen en su poder para sanar.
Pero la reacción inmediata después de cada uno de los milagros no es la que uno podría esperar. La mujer enferma intenta pasar desapercibida entre la multitud, pero se siente obligada a acercarse a Jesús “temblando de miedo” para decirle “toda la verdad” y sintiéndose culpable. Luego cuando Jesús hace que la niña de doce años se levante, sus padres y unos cuantos discípulos presentes estaban “llenos de asombro” como si no creyesen que aquello fuera posible.
¿Quiere decir esto que la fe que tenían no era sincera? De ningún modo. Era real, pero quizás estaban “esperando contra toda esperanza” (ver Romanos 4:18), como Abraham, modelo de fe. Es por eso que Jesús anima a Jairo: “No temas, basta que creas.”
Cuando la Bella Señora enumeró los males que afligían a su pueblo, lloró también como respuesta a sus sufrimientos. En lugar de acudir a Dios por medio de la fe, su pueblo dejó de lado la esperanza, pronunciando blasfemias cuando debían estar orando.
Las lágrimas de María reflejan las palabras de la Sabiduría, “Dios no es el autor de la muerte ni se goza en la destrucción de los vivientes” Encontramos lo mismo en Ezequiel 33:11, “No me regocijo en la muerte del malvado, sino en que se convierta y que viva.” Ella quiso que su pueblo entendiera que “La ira de Dios dura solo un instante, y su bondad toda la vida” como leemos en el Salmo de hoy.
Cuando estamos abiertos a experimentar la gran bondad de Dios, especialmente en los momentos difíciles, podemos revivir y unirnos al salmista (y a la mujer enferma, y a Jairo) cantando con ellos: “Cambiaste mi duelo en danza; Oh Señor, mi Dios, te daré gracias por siempre.”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Llamados desde el nacimiento

(Nacimiento de Juan Bautista: Isaías 49:1-6; Hechos 13:22-26: Lucas 1: 57-77, 80)

Los vecinos de Isabel y su parentela se preguntaban acerca de lo que llegaría a ser su hijo. Ahora sabemos su historia. Su rol era el de ir delante del Señor para prepararle el camino. Era bien consciente de no ser digno. Parece que hasta atravesó por un momento en que sentía que estaba compartiendo el sentir del siervo de Dios en Isaías: “Yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente he gastado mi fuerza".”

Melania Mathieu y Maximino Giraud, fueron, podríamos decir, llamados desde el día de su nacimiento para anunciar el acontecimiento de La Salette. Posteriormente sus vidas se tornaron inestables, en parte porque la gente que los rodeaba pensaba que ellos debían tener un destino vocacional en la Iglesia. Estaban dispuestos a intentarlo, pero ninguno de los dos tuvo éxito.

Partiendo de descripciones contemporáneas de Maximino, él podría haber sido lo que entendemos hoy como autista, incapaz de quedarse quieto. Nunca pudo establecerse en ninguno de los trabajos que buscó y a menudo se encontraba profundamente endeudado. Murió en 1875, tenía solamente 40 años.

Melania era taciturna y extremadamente tímida, pero con el tiempo hubo un cambio en cuanto a su relación con la Aparición, conforme se iba convirtiendo cada vez más en el centro de la atención. Más tarde en su vida, ella publicó uno escritos describiendo su infancia como si fuera una mística, en términos que no tenían nada en común con ninguno de los documentos previos a cerca de la Aparición y sus testigos.

Mi propósito aquí no es el de enfocarme en decir que Melania y Maximino no eran dignos. Nada de eso. Como Juan Bautista, ellos no eran dignos de la vocación que recibieron. Sin ningún mérito de su parte eran destinatarios del favor y del plan de Dios.

Sí, estamos llamados a ser santos. Eso no cambia quienes somos. Los defectos que tenían los niños aportaron credibilidad a sus relatos. En su ignorancia eran incapaces de inventar semejante historia, mucho menos un mensaje como aquel, y en un idioma que ¡apenas conocían! Pero la sencillez, la humildad y la constancia al relatar la historia hicieron de ellos aún más dignos de confianza.

Nadie podría haber predicho con respecto a lo que se convertirían sus vidas después de la Aparición. Pero ahora conocemos sus historias. En el centro de esta historia está el encuentro con lo divino, al que ellos fueron destinados por Dios, y la fidelidad a la misión recibida, a pesar de los defectos que tenían. Los testigos de la Bella Señora son buenos modelos para nosotros.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

La Obra de Dios
(Decimo primer Domingo del tiempo Ordinario: Ezequiel 17:22-24; 2 Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)
La esposa de un granjero me dijo una vez que la única forma legal de apostar en su estado era la agricultura. Jesús, por otro lado, nos presenta el trabajo de la tierra como un acto de fe. La semilla puesta en la tierra se transforma misteriosamente a la manera determinada por el creador para producir el fruto y la sombra. Es obra de Dios. Así tal cual es el Reino de Dios.
Nada de eso se perdía en las comunidades alrededor de La Salette en 1846. La agricultura era todo para ellos, y como nunca, se convirtió en una apuesta, con la pérdida de los dos alimentos básicos de su dieta, el trigo y las papas.
“Si tienen trigo”, María dijo en La Salette, “no deben sembrarlo. Todo lo que siembren se lo comerán los insectos, y lo que salga se convertirá en polvo cuando lo sacudan”. Los profesores del seminario mayor de Grenoble, escribiéndole al Obispo en Diciembre de 1846, encontraron esto perturbador. “Esta recomendación parece sospechosa, contrario a las reglas de la prudencia y a las leyes del Creador… ¿Ella realmente prohibió la siembra?”
La prensa secular dijo que semejante idea era un abuso de la autoridad eclesial que servía para atemorizar a la parte “menos ilustrada” de la población.
Es verdad que, tomadas fuera de contexto, las palabras de María parecían casi crueles. Pero debemos tener presente toda la Aparición y el mensaje.
Veamos la segunda lectura, San Pablo dice que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida, ya sea bueno o malo” Este no es un pasaje popular. Pero es un recordatorio, un llamado a poner en consideración nuestro estilo de vida. Aquí San Pablo está reforzando lo que ya había dicho algunos versículos antes. “Andamos por fe, no por vista”
Dios dice por medio de Exequiel que el plantará un magnifico cedro en la montaña más alta de Israel, que producirá frutos y dará cobijo a las aves. El restaurará la gloria de Israel, y lo hará de nuevo un pueblo fiel. “Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”.
Las palabras de María se encaminan dentro de la misma tradición profética. Podemos ser fieles, podemos andar por fe, si nos ofrecemos en sumisión de fe (ver también Hebreos 11). El resto (la plantación, el crecimiento, los frutos) es obra de Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Hermano, Hermana, Madre.
(Décimo Domingo del Tiempo Ordinario: Génesis 3:9-15; 2 Corintios 4:13—15:1; Marcos 3:20-35)
Tenemos para hoy un Evangelio un tanto extraño. Los parientes de Jesús pensaban que estaba loco. Los escribas decían que estaba poseído. Jesús responde con un extraño dicho acerca de la blasfemia en contra del Espíritu Santo. Luego los parientes se presentan para llevárselo – ¡acompañados por su madre!
Este es el contexto en el cual Jesús se sale con un dicho aparentemente desdeñoso con respecto a su madre: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”
La respuesta en realidad se hace eco en el relato de la Anunciación de Lucas, ahí María dice, “So soy la Servidora del Señor, que se haga en mi lo que has dicho” Quien cumpla la voluntad de Dios, es el hermano, la hermana, la madre de Jesús. Un gran elogio.
La lectura del Génesis que tenemos para hoy concuerda con esta idea. Tan temprano como en el año 100 DC., los autores de la iglesia comenzaron a comparar a Eva con María, resaltando los frutos de la desobediencia de la una y los de la obediencia de la otra. Así como Jesús era el nuevo Adán, vieron en María a la nueva Eva. Esto es un paralelo con Romanos 5:12-19, donde San Pablo contrasta a Adán con Jesús.
Cuando María en La Salette llama a su pueblo a someterse, nos está invitando a ser como ella. Fue por medio de su humilde sumisión que ella recibió el privilegio de ser la Madre del Salvador. ¿Acaso no podemos hacernos humildes ante el Señor, confiando en su gracia y favor? ¿Acaso no podemos aceptar el sufrimiento que experimentamos en nuestra “morada terrenal, una carpa mientras esperamos “la edificación de Dios, una morada no hecha por manos, eterna en los cielos?
Pero hay más aquí que solo un tema de sumisión y aceptación. Jesús llama “hermano, hermana y madre” a aquellos que hacen la voluntad de Dios que es su Padre, “de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra” como San Pablo escribe en Efesios 3:15.
Dios busca una relación con nosotros. La Bella Señora llora porque su pueblo no ha correspondido, no ha reconocido ni ha deseado la maravilla de la intimidad con Dios.
Los místicos y los santos pueden haber encontrado las palabras para expresar esta experiencia, pero es accesible a todos los que hacen la voluntad de Dios. Y para eso tenemos la palabra de Jesús.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Alianza
(Corpus Christi: Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos14:12-26)
Dos palabras resaltan en las lecturas de hoy: sangre y alianza
Una alianza es un acuerdo o un trato, en el cual los derechos y las obligaciones de las partes están claramente establecidos. Es como un contrato o un acuerdo de negocios.
Es mucho más que un contrato, sin embargo, precisamente por eso, por lo menos en la Biblia, implica en primer lugar y ante todo una relación. El Pueblo de Israel entendió muy bien lo que era, por eso dijo, “Haremos todo lo que el Señor nos dijo” La relación con el Dios que los había liberado de la esclavitud lo era todo para ellos.
La alianza entre Dios e Israel se resumía en estas palabras, “Yo seré tu Dios y ustedes serán mi pueblo”
“Mi pueblo”: Estas palabras aparecen una vez al principio y dos veces al final del discurso de María en La Salette. Ella se expresa de esta manera porque ocupa un lugar especial en la alianza, lugar que le fue asignado al pie de la cruz. El pueblo por el cual su Hijo derramó su sangre también es su pueblo.
Esta alianza en la sangre es, como la carta a los Hebreos nos lo recuerda, más efectiva que la sangre de cualquiera de los animales prescritos para el sacrificio. Es derramada “por muchos”, por las multitudes que encontraran salvación en él, y celebran ese don en la Eucaristía.
“En verano, sólo algunas mujeres ancianas van a misa. Los demás trabajan los domingos todo el verano” En algún momento en su historia su pueblo había dejado de valorar el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En lugar de ser el signo de la Alianza, la misa se había convertido en una obligación forzada, una carga a dejar caer. Dejó de ser celebrada como un don.
Cualquiera que piense que María vino a La Salette sólo para exigir obediencia a obligaciones está perdiendo completamente el verdadero sentido del mensaje. El mensaje de María apunta a la restauración de la conciencia de lo que implica esa alianza entre su Hijo y su pueblo, y a una apreciación del inmenso valor de esa relación.
Poniendo sus palabras en nuestros corazones, podemos rezar con el salmista, “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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