¡Miren cómo nos amó!
(Todos los Santos: Apocalipsis 7:2-4, 9-14; 1 Juan 3:1‑3; Mateo 5:1-12)
Hay dos temas recurrentes en las lecturas de hoy: recuento, y pureza.
En el Apocalipsis vemos entre los salvos a dos grupos: ciento cuarenta y cuatro mil de las tribus de Israel, y la multitud que nadie podía contar. En la 1era de Juan, nosotros somos contados (llamados) como hijos de Dios. Y hay una lista en el Evangelio enumerando muchas beatitudes – una especie de manual del discipulado.
Una de estas dice: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios”. Juan escribe, “El que tiene esta esperanza... se purifica”. Y en la primera lectura, las multitudes incontables “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
El Salmo une los dos temas en estas palabras: “¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos”.
Deseamos ser contados entre los “servidores de nuestro Dios”, el término usado en el Apocalipsis. Para permanecer verdaderamente fieles en su servicio, necesitamos tener puro el corazón.
Esta noción es similar a la del oro puro; Todas las impurezas han sido removidas. En términos morales, se refiere a la integridad de la vida cristiana, la perfección del amor cristiano.
En nuestro contexto Saletense, podemos parafrasear a San Juan: “¡Miren cómo nos amó la Bella Señora! Nos llama sus hijos, su pueblo”. Al portar sobre su pecho la imagen radiante de su Hijo, ella nos muestra la misericordia infinita de Dios. Como en todas las lecturas de hoy, ella nos ofrece una esperanza brillante, que, sin embargo, se basa en un requisito básico: la sumisión, a la que ella también llama conversión.
Esta urgencia no tiene porqué desalentarnos o, peor aún, llenarnos de escrúpulos. Aun así, nos invita a un compromiso serio con la persona de Jesucristo y a la práctica de nuestra fe, a la humilde aceptación de las enseñanzas de la Iglesia, y a la honesta examinación de la conciencia.
San Juan nos dice que veremos a Dios tal cual es. Que nuestra oración sea tal que, con sencillez y humildad de corazón, podamos tener asegurada la esperanza de ser contados entre los que buscan el amable rostro de Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.