Acuérdense y Vuelvan
(1er Domingo de Cuaresma: Génesis 9:8-15; 1 Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)
La alianza de Dios con Noé estuvo acompañada por un signo, un arcoíris. Su claro propósito es el de prevenir que Dios se vaya a olvidar de su promesa. “No habrá otro Diluvio para devastar la tierra”.
Los signos ordinarios son aquellos que nos dan una indicación sobre algo que está por delante de nosotros. El arcoíris, y otros signos de otras alianzas, hacen lo contrario. Nos hacen mirar hacia atrás, para recordar lo que Dios ha hecho por su pueblo, y especialmente el por qué lo hizo.
La Salette se trata de conversión, arrepentimiento, y reconciliación. Aquellos a los que la Bella Señora llama “mi pueblo” habían olvidado la relación de alianza que habían pactado con su Hijo, aquel que había llamado a la gente de su tiempo a arrepentirse y creer en el Evangelio. El mensaje que ella nos trae es similar: Acuérdense, y vuelvan.
No es una sorpresa el que ella haya hablado en particular acerca de la Misa Dominical. “En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios”. (Vaticano II, sobre la Liturgia, 106)
En toda celebración de la Eucaristía escuchamos las palabras de Jesús, “Hagan esto en conmemoración mía”. En el Salmo de hoy rezamos, “Por tu bondad, Señor, acuérdate de mí”. Aquí no se trata de mirar hacia atrás. Como con todos los signos de alianza, el propósito es de dejar que el Señor renueve su presencia y acción en nosotros, para que podamos marchar hacia adelante con fuerza y bravura renovadas.
La Cuaresma es una oportunidad de reconocer hasta qué punto nos hemos apartado del fervor inicial, y así podamos retornar a una relación de alianza impregnada de fidelidad y orientada al futuro. Esta es la “conciencia limpia” de la que San Pedro escribe en la segunda lectura.
Tanto el arcoíris como La Salette (especialmente el crucifijo de María) sirven como un recordatorio de la fidelidad de Dios. Ambos son milagros de luz y esperanza. Dios nunca más destruirá a los mortales con un diluvio, y María, si ponemos atención a sus palabras, nunca más llorará ante el prospecto de dejar caer el brazo de su Hijo.
Si durante estos cuarenta días podemos acordarnos y volver, quizá podamos mostrarles a los demás el camino de regreso, también.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.