Caminando sin reproche
(22do Domingo del Tiempo Ordinario: Deuteronomio 4:1-8; Santiago 1:17-21; Marcos 7:1-23)
Después de su vuelta del exilio alrededor del año 539 AC, el pueblo judío adoptó una actitud de estricta observancia de la Ley de Moisés. Habían aprendido su lección. Comenzaron, por decirlo así, a proteger la Ley cargándola con prácticas que harían menos probable la posibilidad de desobedecerla.
Por ejemplo, si tú no quieres tomar en vano el nombre del Señor, jamás y por ningún motivo tendrás que pronunciarlo. Problema resuelto. Nuestro Salmo responsorial toma ampliamente un enfoque parecido, centrándose en lo que no hay que hacer con el fin de permanecer irreprochable.
La discusión en el Evangelio de hoy gira en torno a una práctica que podríamos resumirla como “la limpieza es lo más parecido a lo sagrado” Los mandamientos referidos a la “pureza y la impureza” fueron reforzados por los baños rituales tradicionales que vemos descritos. Jesús se opone a dar a las tradiciones el mismo peso que a la Ley. El no condena lo ritual sino el ritualismo.
En su mensaje en La Salette Nuestra Señora se centra en los mandamientos, no en las tradiciones: Honrar el Nombre del Señor y la observancia del descanso del sábado están en los Diez Mandamientos; la Cuaresma y la Misa Dominical están entre los mandamientos de la Iglesia, basados en una práctica cristiana muy antigua. Esto no es ritualismo.
Santiago escribe, “La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo”. El adopta una aproximación positiva y otra negativa.
Ser irreprochable no radica simplemente en “hacerlo todo bien”. Está muy lejos de un perfeccionismo obsesivo.
La Eucaristía, por ejemplo, es una celebración compuesta de muchos elementos prescritos. Es un ritual. Pero si nuestra participación es puramente ritualista, es decir, no acompañada por nuestra mente y nuestro corazón, su capacidad de nutrir nuestra fe resulta seriamente infructuosa.
El Salmo 119, 9 pregunta, “¿Cómo un joven llevará una vida honesta?” y responde, “Cumpliendo tus palabras” En el versículo 16 el salmista exclama, “Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de tu palabra”.
María que es absolutamente irreprochable, lloró en La Salette, pero una manera en que nosotros podemos enjugar sus lágrimas es cumplir con alegría los mandamientos de Dios.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.