Salvados
(23er Domingo del Tiempo Ordinario: Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)
Si conocen a Alcohólicos Anónimos, saben que en el segundo paso dice lo siguiente: Llegamos a creer que un Poder Superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. Esto está cerca de lo que leemos en Isaías: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos”.
Cuando hablamos de la salvación, frecuentemente pensamos en llegar al cielo. Esa es la meta final, por supuesto, pero entre este momento y aquello, ¿no podemos ser salvados? La respuesta es obvia: sí, podemos.
Isaías presenta unas figuras concretas del poder salvador de Dios: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.” El Salmo responsorial evoca el mismo tema. Y los amigos del sordo se inspiraron en esa misma tradición de ver la salvación en la sanación.
La palabra griega para salvar puede ser traducida como sanar, o restituir. Implica la preservación (por adelantado) o la liberación (después del hecho) del mal en todas sus formas. Así, la insistencia de Santiago de no mostrar favoritismo dentro de la comunidad cristiana encuadra perfectamente dentro de la proclamación profética de la libertad de la opresión.
La Aparición de Nuestra Señora de La Salette se encuentra directamente dentro de esta tradición. Necesitamos ser salvados no solo de los males externos, sino de nuestra propia pecaminosidad. No podemos hacer esto solos, sino que María nos recuerda de la gran noticia de que la salvación es nuestra; sólo hay que pedirla.
Los Cristianos Evangélicos hablan de aceptar al Señor Jesús como nuestro salvador personal. La Bella Señora utiliza un lenguaje diferente, pero nos llama a la misma realidad. El propósito de su visitación es que pudiéramos (de nuevo con las palabras de AA) decidir poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios.
Las sanaciones milagrosas, especialmente en los Evangelios, son signos de la salvación que ofrece Jesús. Más maravillosa, sin embargo, es la conversión de corazón, tal como la que han experimentado incontables peregrinos a la Santa Montaña de La Salette desde 1846.
El pecado hace que nuestras vidas sean ingobernables. La gracia salvadora de la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo es nuestra mejor esperanza, nuestra única esperanza.
Traducción: P. Roberto Butler, M.S.