A nadie mas que a Jesús
(Fiesta de la Transfiguración: Daniel 7,9-14; 2 Pedro 1,16-19; Mateo 17,1-9
Sobre la entrada principal de la Basílica en la Santa Montaña de La Salette hay un vitral con la representación de la Transfiguración de Jesús. Al ir afuera, el lugar de la Aparición de Nuestra Señora está directamente frente a uno.
La comparación visual es obvia. En una “santa montaña” el rostro de Jesús brilló como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. La Santísima Virgen en La Salette se hizo ver primero en un globo de enceguecedora luz, y ella misma era toda de luz. En ambos casos parece que nos confrontamos con lo que San Pablo llama el glorioso cuerpo espiritual. (ver Corintios 15:43 – 44)
Jesús eligió a tres testigos. María eligió a dos. San Pedro enfatiza que él y sus compañeros eran testigos oculares de la “majestad de Jesús” Maximino y Melania fueron testigos oculares de una “Bella Señora”
Y hay palabras también. En el Evangelio esas palabras vienen de una nube: “Este es mi hijo amado en quien me complazco. Escúchenlo” Esto dejo a Pedro, Santiago y Juan “con mucho temor.” Luego Jesús les dijo que no teman. Ya que los niños estaban aterrorizados al ver el globo de luz, María les dijo primero que se acercaran sin miedo.
El punto en común más esencial entre las dos “altas montañas” sin embargo, es el Hijo Amado. Es el cumplimiento de la visión de Daniel de “Uno como un Hijo de Hombre, que recibió el dominio, la gloria y el reinado; todos los pueblos, naciones y lenguas le sirven”
María hace mención de su Hijo muchas veces, y dos veces le reprocha a su pueblo por el abuso de su nombre. En otras palabras, ellos no le sirven; no respetan su dominio, gloria ni reinado.
Fue después de la Transfiguración que Jesús comenzó su último viaje a Jerusalén. Conforme se aproximaba a la ciudad amada, lloró, diciendo. “Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz”. Y luego predijo las calamidades que caerían sobre ella, “porque no has sabido reconocer el tiempo se su visita” (Lucas 19;41-44)
Si aquellos que se llaman asimismo de cristianos no saben reconocer y recibir a Cristo, las consecuencias son devastadoras. Pero la conversión siempre es posible.
Y así, María nos dirige hacia su Hijo y, como la voz desde la nube, nos invita a escucharlo.