Las angustias del corazón
(Décimo noveno Domingo del Tiempo Ordinario: 1 Reyes 19:9-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)
Antes y después del episodio relatado en la primera lectura – el viento, el terremoto, el fuego y la brisa suave – el Señor le pregunta a Elías, “¿Por qué estás aquí?” y las dos veces Elías responde: “Me consume el celo por el Señor, Dios Todopoderoso, porque los israelitas han abandonado tu alianza.”
San Pablo describe la angustia que está experimentando a causa de propio pueblo. Habiendo experimentado para sí mismo a Jesús como Mesías y Salvador, profundamente deseó compartir su fe con todos los judíos devotos. Es por eso que en sus viajes misioneros fue primeramente a las sinagogas locales para predicar las Buena Nueva, pero con poco éxito.
En La Salette María describe su angustia en estos términos: “Hace tanto tiempo que sufro por ustedes! … pero por mucho que recen, por mucho que hagan, jamás podrán recompensarme por el trabajo que he emprendido a favor de ustedes”
Jesús expresó su decepción por la poca fe de Pedro: Muchos católicos y cristianos hoy están afligidos, no tanto por la poca fe sino por la aparente falta total de fe de tantos. Es reconfortante sabe que San Pablo y la Bella Señora conocieron ese dolor. No estamos solos.
En el Salmo Responsorial encontramos ánimo.
Escucharé al Señor que proclama;
Al Señor que proclama la paz…
La justicia brotará desde la tierra,
Y la justicia mirará desde el cielo.
El mismo Señor nos dará sus bienes
Y nuestra tierra dará sus frutos.
Cuan cercano esto es a la imagen que Nuestra Señora usa a cerca de la cosecha abundante que vendrá, “si se convierten”. Su propósito más profundo es el de plantar las semillas de la paz y la reconciliación, de la verdad y fidelidad, de la justicia, justicia que incluye, pero va más allá de lo requerido en los mandamientos y en las leyes. Si echan raíces y producen fruto, los bienes del Señor vendrán a continuación.
La angustia del corazón no impidió a San Pablo ni a Nuestra Señora llegar cerca de su pueblo. No debemos dejar que nos detenga a nosotros tampoco. Si por alguna razón somos incapaces de llegar de manera directa, podemos hacerlo siempre en la oración.