Ver los Signos, Ser Signos
(26to Domingo Ordinario: Ezequiel 18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)
“¡Ustedes no hacen caso!” dice la Bella Señora, hablando de su trabajo en favor de nosotros. Un poco más tarde, en referencia a las pobres cosechas vuelve a decir: “Se los hice ver el año pasado con respecto a las papas: pero no hicieron caso”.
La actitud que ella describe podría tratarse de un simple descuido, una incapacidad de darse cuenta. Después de todo, ¿Cómo podrían los cristianos de poca fe como estos, ser capaces de reconocer los signos que vienen del cielo? Pero aquello no es una excusa, porque ni siquiera se tomaron la molestia de mirar.
En el Evangelio, Jesús les dice a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos: “Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él”. El jefe de los sacerdotes y los ancianos eran conscientes de esto, pero no lo vieron como un signo, mucho menos dirigido a ellos. Esto es lo que San Pablo llama de vanagloria.
Los Misioneros se Nuestra Señora de La Salette declaran en su Regla, “Atentos a los signos de los tiempos, de acuerdo a nuestro carisma, nos abocamos generosamente a las áreas apostólicas a las cuales nos sentimos llamados por la Providencia”. Las Hermanas de La Salette son conscientes de las urgentes necesidades de las personas que dependen de sus entornos, países y épocas”.
Los Laicos Saletenses, también, deben ser conscientes de que los tiempos cambian. El carisma de la reconciliación es único, pero su expresión es infinitamente variable. Necesitamos prestar atención a las circunstancias donde haga falta, y encontrar una manera apropiada de concretarlo.
Esto requiere de una cierta renuncia personal, es decir, poder darnos cuenta de que no lo sabemos todo y tener la voluntad de trabajar en equipo. Esto es lo que San Pablo busca hacer entender a la comunidad de Filipo, y para ello pone el ejemplo de Jesús, aquel que, “se anonadó a sí mismo”, a tal punto de llegar a ser verdaderamente uno con nosotros.
El salmista con frecuencia se humilla a sí mismo cuando admite sus pecados, pero hoy le pide a Dios no mirarlos, y ora diciendo “No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud”. En el Sacramento de la Reconciliación, confiamos en que “Él guía a los humildes para que obren rectamente y enseña su camino a los pobres”.
Cuando estamos abiertos a recibir y compartir la misericordia de Dios, ¿Quién sabe? Podamos nosotros mismo convertirnos en signos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.