Cuenten su Gloria
(29no Domingo Ordinario: Isaías 45:1-6; 1 Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)
Nuestra Señora les dijo a Maximino y a Melania que hicieran conocer su mensaje a todo su pueblo. En principio, aquello se trataba de contar lo que ellos habían visto y oído. El Salmo de hoy sugiere, sin embargo, un significado más profundo.
“Anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos”. El regocijo contenido en estas palabras muestra que, aquí tampoco se trata de un tema de transmisión de información, sino de compartir el entusiasmo de nuestra fe.
La Bella Señora expresa su tristeza no solamente debido a la pobre asistencia a la Misa durante el verano, sino también por la actitud irrespetuosa de aquellos que van a la iglesia en invierno, solamente para burlarse de la religión.
Por experiencia propia sabemos la diferencia entre asistir a Misa y participar de ella plenamente. Las distracciones son muchas e inevitables, nuestra intención al menos debe ser, como dice el salmista de hoy, para “adorar al Señor al manifestarse su santidad“, respondiendo a su sagrado nombre.
Dar gloria a Dios es eje del acontecimiento de La Salette. Lo hacemos cuando honramos su nombre, respetamos su día de descanso, observamos las penitencias cuaresmales, rezamos bien y con fervor, y reconocemos su cuidado paternal en nuestras vidas.
Pero es en la Misa, el lugar por excelencia de la Iglesia para la adoración publica, en donde podemos exclamar: “¡Aclamen al Señor, familias de los pueblos, aclamen la gloria y el poder del Señor; aclamen la gloria del nombre del Señor!”.
La Eucaristía es llamada “la fuente y culmen de toda la vida cristiana”. Todo lo demás en nuestra vida de fe fluye de ella, y todo nos conduce de vuelta a ella. Ella “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1324).
Esto tiene consecuencias prácticas para nosotros. No solamente debemos dar gloria a Dios en la celebración digna del Sacramento, sino que debemos vivir de tal modo en la esfera pública como para “dar a Dios, lo que es de Dios”.
¿Acaso no era esto lo que María estaba haciendo cuando cantaba su Magníficat?
San Pablo escribe, “La Buena Noticia que les hemos anunciado llegó hasta ustedes, no solamente con palabras, sino acompañada de poder, de la acción del Espíritu Santo y de toda clase de dones”. Esta es la meta a la cual debemos aspirar a llegar.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.