Comisionados por Cristo
(La Ascensión, se celebra el Domingo en muchas Diócesis: Hechos 1:1-11; Efesios 4:1-13; Marcos 16:15-20.)
La conclusión del Evangelio de Marcos, que leemos hoy, parece combinar el relato de la Ascensión de Jesús que está en Lucas con el de Mateo en el que Jesús manda proclamar el Evangelio a todo el mundo.
La comisión ha sido dada. ¡Qué gran encargo, qué tremenda responsabilidad! Sin embargo, no tengan miedo, porque Cristo no nos alistó para el fracaso sino para un éxito seguro.
En la primera lectura, justo antes de la Ascensión, Jesús hizo una promesa: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén... y hasta los confines de la tierra”.
En Marcos, Jesús les habló a sus apóstoles acerca de los signos que los acompañarían en sus ministerios, luego de lo cual fue apartado de su vista.
En La Salette, la Bella Señora prometió signos que ocurrirían, “si se convierten”. También entregó una comisión, comenzando con Melania y Maximino: “se lo dirán a todo mi pueblo”.
Luego al darse vuelta, repitió su mandato final, y ascendió volviendo al cielo. Ella vino a recordarnos de manera muy gentil, la obra que su Hijo había dejado para que la lleváramos a cabo, y luego ella se fue.
Esta fiesta se trata de más que un reconocimiento de que Cristo ascendió al lugar que le corresponde a la derecha de Dios. Se trata también de nosotros, el cuerpo de Cristo en la tierra, también deseosos de ascender, para estar con Cristo cabeza de la Iglesia. Necesitamos ponernos manos a la obra.
Tenemos las herramientas, especialmente los sacramentos. Tenemos el manual de instrucciones, es decir, las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia. Cada uno tiene su habilidad particular, su carisma y especialidad; tal como leemos en la segunda lectura: “Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”.
Rezamos: “Enciende, Señor, nuestros corazones con el deseo de la patria celestial, para que, siguiendo las huellas de nuestro Salvador, aspiremos a la meta donde él nos precedió” (Misa de la Vigilia). Como saletenses, también ansiamos ver a María allí.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.