Polônia - Capítulo
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P. René Butler MS - 7mo Domingo Ordinario - Santidad

Santidad

(7mo Domingo Ordinario: Levítico 19:1-2, 17-18; 1 Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48)

“Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Esta oración se presenta cuatro veces en el Libro de Levítico.

Veamos la razón que se da por este mandamiento. No se trata de una promesa de prosperidad que podríamos esperar. No, la razón es aún más importante. Todo lo que está en conexión con Dios es santo. Su voluntad es sagrada. Nuestra obediencia viene desde la reverencia.

Hay un pasaje parecido en Levítico 22:32: “No profanen mi santo Nombre, para que yo sea santificado en medio de los israelitas. Yo soy el Señor, que los santifico”. Nuestra santidad es obra de Dios. San Pablo se hace eco de este pensamiento cuando escribe, “El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”.

El salmista exclama: “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre”. María en La Salette lloró por la actitud profana hacía el nombre de su Hijo. Esto no era otra cosa que una señal de que su pueblo había abandonado su identidad como templo de Dios. En lugar de rezar, blasfemaban; hicieron de la religión un objeto de burla.

El llamado a la santidad es la exigencia mayor. Tiene que impregnar cada aspecto de nuestra vida. San Pablo lo expresa así. “Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios”.

La Virgen eligió a Maximino y Melania como sus testigos. El mensaje de sabiduría divina fue confiado a niños sin instrucción, para que nadie pudiera perderse el significado de sus palabras.

La sabiduría de este tiempo es contraria al mensaje del evangelio de hoy en particular. Mostrar la otra mejilla es (y probablemente siempre ha sido) contra cultural. Es difícil aun para los cristianos comprometidos.

Afortunadamente, nuestra santidad no se trata de ver quién está en lo cierto o en lo errado, de perder o de ganar. Es primero y ante todo una cuestión de participar en la santidad del Señor o, como Jesús lo plantea, ser “perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.

En nuestros esfuerzos de hacer conocer el mensaje de la Bella Señora, podemos avanzar hacia esa meta, y tal vez transformar, durante la marcha, alguna pequeña parte del mundo que nos toca.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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