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P. René Butler MS - 4to Domingo de Adviento - Isabel y María y Nosotros

Isabel y María y Nosotros

(4to Domingo de Adviento: Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)

Las primeras líneas de la profecía de Miqueas acerca de Belén, en la primera lectura de hoy, son mejor conocidas por ser el texto citado por los eruditos de Jerusalén para informar a los Magos adonde buscar al niño Jesús. Belén jugó un rol significativo en la historia de la salvación.

Pero el resto del texto es igualmente importante. Dos frases resaltan en particular: “la que debe ser madre”, y "él mismo será la paz”. Estas dos frases también señalan a Belén, pero en el Evangelio de hoy pueden ser oídas, por decirlo así, en un pueblo de la región montañosa, a aproximadamente ocho kilómetros de Jerusalén.

María e Isabel pueden ser identificadas como “la que debe ser madre”. En cuanto a sus hijos, Jesús “será la paz”, mientras que Juan será, como Miqueas, un profeta que anuncia la venida del Señor.

Las palabras de Isabel. “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” fueron incorporadas (junto con el saludo del Ángel Gabriel) en el Ave María en sus formulaciones más tempranas. Podemos imaginar aquel momento cuando decimos esta oración.

La segunda parte del Ave María se refleja claramente en La Salette, cuando Nuestra Señora nos hace saber que reza por nosotros sin cesar – lo cual es lo mismo que cuando decimos, “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Su oración es “por nosotros pecadores”, es decir, por nuestro perdón, y para prepararnos al encuentro con el Señor, limpios de corazón y con nuestras almas convertidas, comenzando ahora y hasta la muerte.

Llamamos a Nuestra Señora de La Salette la Bella Señora, o la Madre en Lágrimas, pero hoy permitámonos pensar en ella como la que da a luz o, como dice Isabel, “la madre de mi Señor”. Lucas nos dice que Isabel se llenó del Espíritu Santo cuando escuchó el saludo de María. Ella recibió un don espiritual (un carisma) que la impulsó a hablar de manera profética.

El saludo de María en La Salette trajo consigo un espíritu pacificador, calmando los temores de Melania y Maximino. Los atrajo hacia ella, disponiéndolos para escuchar la gran noticia, dándoles la fuerza para hacerla conocer.

En este mismo espíritu, con un fuerte impulso y con mucho entusiasmo, recorramos el camino de Adviento hacia Belén, e invitemos a otros a unírsenos, y haciéndolo lleguen a conocer a nuestro Salvador.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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