Hospitalidad
(16to Domingo Ordinario: Génesis 18:1-10; Colosenses 1:24-28; Lucas 10:38-42)
En el espíritu de las palabras de María, "Acérquense, hijos míos, no tengan miedo”. Te damos la bienvenida una vez más a nuestra reflexión semanal. Siéntete como en casa.
Abraham, en la primera lectura, es un modelo de hospitalidad. Fue corriendo al encuentro del Señor y de sus compañeros, hizo que se sintieran cómodos, y les preparó una comida de fiesta. En nuestra propia experiencia, ¿no forman acaso la comida y la bebida casi siempre una parte de los acontecimientos especiales?
En Mateo 25, Jesús subrayó la importancia de colmar las necesidades de los demás, comenzando con la comida para el hambriento y la bebida para el sediento. Recordemos que él lavó los pies de sus discípulos durante la Última Cena, y les dio preciosas comida y bebida que con gratitud nosotros seguimos recibiendo hasta el día de hoy.
Como reconciliadores, nosotros también somos conscientes de las obras espirituales de misericordia, mientras nos esforzamos en ayudar a la gente a entender la verdad del amor y de la misericordia de Dios, y de su deseo de atraernos hacía sí. Necesitamos tener buena disposición de nuestra parte, con paciencia guiando, instruyendo, reconfortando, amonestando, etc. Ayuda mucho el ponernos en el lugar de las personas a las que llegamos.
Como San Pablo se describe a sí mismo en la segunda lectura, nosotros también somos ministros de una gracia que estamos ansiosos de compartir. A veces lo hacemos juntos, en un esfuerzo común. Pero cada uno de nosotros es único, necesitamos adaptar nuestro servicio a nuestra propia personalidad y a nuestros dones.
En esto, Marta y María en los evangelios son un ejemplo excelente. Según el evangelio de Juan, Jesús fue un huésped habitual en la casa de ellas. No debemos pensar que Marta nunca escuchó a Jesús o que María nunca ayudó con los quehaceres. Esta vez, sin embargo, ellas mostraron la misma hospitalidad de maneras distintas.
Alguien tenía que asegurarse de que la comida fuera preparada. Marta asumió esa responsabilidad.
Alguien tenía que hacer que Jesús se sintiera bien recibido y ser atento con el de otra manera. Es poco probable que María haya sido la única persona sentada allí, escuchándolo hablar, pero Jesús reconoció que su presencia en aquel lugar y momento era la elección correcta. Algo que él supo valorar.
La Bella Señora se involucró en las necesidades materiales y espirituales de su amado pueblo. Pero primero tenía que invitar a los niños a acercarse a ella. Para llevar a cabo nuestro ministerio, necesitamos hacer lo mismo.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.