“Sé Quien Eres”
(4to Domingo Ordinario: Deuteronomio 18:15-20; 1 Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)
En el Evangelio de hoy, la gente estaba asombrada porque Jesús “les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. Sin embargo, un hombre en la sinagoga, no estaba asombrado sino aterrorizado. Poseído por un espíritu impuro, fue el único que, al reconocer a Jesús, gritó con fuerza, “¡Ya sé quién eres!”. Entonces Jesús hizo exactamente lo que el demonio más temía, y lo expulsó.
El espíritu impuro lo conocía, mientras que aquellos que deberían conocerlo, no. En La Salette, la Bella Señora vio que su pueblo, a juzgar por su comportamiento, ya no conocía a su Hijo. Usando el lenguaje del Salmo (95) de hoy, ellos habían endurecido sus corazones y cerrado sus oídos a su voz.
La Salette es, por lo tanto, profética. Mientras que el proceder y la apariencia de María son muy diferentes a la manera en que usualmente imaginamos de los profetas, su mensaje, como el de los profetas, contiene exhortaciones, promesas y advertencias.
Dios le dijo a Moisés que haría surgir otro profeta como él de en medio del pueblo. “pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que Yo le ordene”. El mantuvo su promesa, a lo largo de muchas generaciones.
En el bautismo, a cada uno de nosotros se nos concedió formar parte en la dignidad del rol profético de Cristo. Esta responsabilidad puede parecer demasiada para nosotros. Por eso rezamos: “Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Señor, que no me avergüence de haberte invocado” (Antífona de comunión, Sal. 31).
El demonio llamó a Jesús “el Santo de Dios”, y tembló. Los cristianos llaman a Jesús con el mismo título, y van a él. El Salmo 95 pone en palabras esta actitud: “¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque Él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que Él apacienta, las ovejas conducidas por su mano”.
Nuestra adoración y nuestro estilo de vida llenos de fe son proféticos por naturaleza, atraen la atención hacia la presencia y a la acción de Dios en nuestro mundo. En otras palabras; esto debería hacer posible que los que nos rodean digan, Sé quién eres-un seguidor de Jesucristo”.
Algunos hasta pudieran reconocer una cierta cualidad saletense en nosotros, y procurar comprender qué es o, mejor aún, buscar cómo podrían adquirirla para ellos mismos.
Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.