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Testimonio

(Bautismo del Señor: Isaías 55:1-11; 1 Juan 5:1-9; Marcos 1:7-11)

En el Evangelio de hoy, hay tres que dan testimonio de Jesús. El primero es Juan el Bautista, que anuncia su venida.

Los otros dos, en orden de aparición, son el Espíritu Santo, en la forma visible de una paloma, y Dios el Padre, a quien se le oye, pero no se le ve. Al comienzo del ministerio público de Jesús, ellos asumen sus roles en todo aquello que irá sucediendo. Juan el Bautista lo resume en nuestra segunda lectura: “El Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad... Y Dios ha dado testimonio de su Hijo”.

Dar testimonio de Cristo es la vocación de la Iglesia toda. Toma la forma de palabras, por supuesto, en las Escrituras y en las enseñanzas de la Iglesia.

Pero como vemos a lo largo de los Evangelios, el Padre y el Espíritu también reafirman por medio de su poder y su presencia a la persona de Jesús y a su ministerio. De ese modo se cumple lo dicho en la primera lectura de hoy: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, ... así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.

En La Salette, por importante que sea el Mensaje de la Bella Señora, su testimonio abarca mucho más que palabras. Es la luz, es el crucifijo, las rosas, las cadenas, es la elocuencia de las lágrimas.

De modo similar, hay una diferencia entre hablar con la verdad y vivirla. No hay duda que la gente del área en torno a La Salette estaba acostumbrada a los discursos religiosos tradicionales, tales como “Gracias a Dios”, pero esto no se traducía en una manera de vivir, al menos no de la manera señalada por María, es decir, la participación en la gran acción de gracias, la Eucaristía.

La vida del bautizado no es puramente sacramental, por supuesto. Toda nuestra manera de vivir debe manifestar la autenticidad de nuestra fe. En el Bautismo recibimos una vestidura blanca; así también nosotros debemos vestirnos de fe, esperanza, y amor, mientras vivimos las bienaventuranzas.

Nada de esto da a entender que las palabras no sean importantes. No podemos pensar en La Salette sin la invitación amorosa de María, su discurso, su mandato final de envío. Es posible, también, que nuestras palabras puedan ayudar a otros a comprender nuestro estilo de vida, mientras hacemos nuestra parte para la realización de la misión de la Iglesia.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Last modified on sábado, 26 dezembro 2020 17:26
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