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Carta do Superior Geral
Natal de 2023 Ano Novo 2024 “Anuncio-vos uma grande alegria: hoje nasceu para vós um Salvador, Cristo Senhor” (Lc 2,10-11) Queridos irmãos, Estou verdadeiramente feliz, juntamente com o meu conselho, por trazer mais uma vez a cada um de... Czytaj więcej
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Dignos del Evangelio

(25to Domingo Ordinario: Isaías 55:6-9; Filipenses 1:20-27; Mateo 20:1-16)

Hay muchos versículos bíblicos sueltos en las escrituras que pueden citarse para compendiar el Mensaje de La Salette. Encontramos uno de esos versículos en Filipenses 1:27, “Les pido que se comporten como dignos seguidores del Evangelio de Cristo”.

Ya que en muchos lugares el Aniversario de la Aparición se celebra este mes, permítanme ver cómo La Salette nos ayuda a responder a la exhortación de San Pablo.

El respeto por el Nombre del Señor y por las cosas de Dios no es simplemente algo opuesto al repudio. Sí, la falta de respeto debe evitarse; como dice Isaías, “Que el malvado abandone su camino”. Pero si nuestro respeto no nos conduce a expresar un amor profundo y perdurable por el Señor, todavía no es un “respeto digno”.

Rezar bien, incluye naturalmente evitar las distracciones – aunque a veces las distracciones lleguen a ser una verdadera oración. Pero Isaías también dice: “Que el hombre perverso abandone sus pensamientos”. Una genuina vida de oración está, por decirlo así, tan llena de oración que no hay lugar para malos pensamientos. Como dice el Salmo de hoy, “El Señor está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad”.

El espíritu evangélico, inherente en la visión de la vida Cristiana de San Pablo y en los ejemplos que el plantea, nos recuerda que el seguimiento de Cristo no es una devoción privada. Si queremos hacer que el mensaje de María sea conocido, cuanto más debemos vivir de tal modo que atraigamos a otros hacia el Evangelio. No hay que dejar lugar al pensamiento egoísta, ni a la comparación de nuestros logros (como los trabajadores de la viña) con los de los demás.

La sumisión es mucho más que hacer lo que se nos dice. Isaías nos recuerda, “Los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos”. Aquellos que quieren acomodar a Dios a su gusto y medida, tienden a echarle la culpa en los tiempos difíciles. 

Es en momentos como estos en que necesitamos recordar que “El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus acciones”, no como una forma de inspirar miedo, sino para hacernos “volver al Señor, y él nos tendrá compasión”.

En Filipenses 1:6, San Pablo expresa su certeza “de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús”. Es él el que hace dignas nuestras obras.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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El Misterio del Perdón

(24to Domingo Ordinario: Sirácides 27:30—28:7; Romanos. 14:7-9; Mateo 18:21-35)

Hoy arrancamos con estadísticas. Me pregunto, con qué frecuencia, Dios perdonó a su pueblo, en comparación con las veces en que lo castigó. Con un poquito de investigación se puede demostrar que, en una vasta mayoría de casos, el perdón es concedido o prometido.

Uno de los textos clásicos se encuentra en el Salmo de hoy: “Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados”.

En la primera lectura y en el Evangelio, es claro que nuestro punto de partida o, si se prefiere, nuestra posición predeterminada, debe ser la prontitud – ¿nos atrevemos a decir las ansias? – de perdonar.

Durante mi investigación, sin embargo, me sorprendió también la cantidad de veces en que el perdón se asocia con la expiación. Un ejemplo típico se encuentra en Levítico 5:13: “El sacerdote practicará el rito de expiación en favor de ese hombre, por el pecado que cometió, y así será perdonado”.

Aquí está la conexión con la lectura de Romanos. Pablo escribe: “Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos”. El contexto para esta declaración queda clarificado en la oración inmediatamente siguiente: “Entonces, ¿Con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? Todos, en efecto, tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios”.

No somos amos y señores los unos de los otros. Ese título pertenece exclusivamente a Jesús. Le fue otorgado cuándo se ofreció a sí mismo en la cruz como expiación por nuestros pecados. Como sus discípulos, nosotros no tenemos la opción de negar el perdón.

Parte de la sumisión a la cual la Bella Señora de La Salette nos llama consiste en que aceptemos la misericordia obtenida para nosotros por su Hijo. Al hacerlo, será una alegría para nosotros darle el honor que él se merece. 

El novelista Terry Goodkind escribe, “Hay magia en el perdón sincero; en el perdón que concedes, pero más en el perdón que recibes” (El Templo de los Vientos).

Cambia la palabra “gracia” en lugar de “magia” y verás cómo el texto se transforma: ya no más palabras de sabiduría, sino una invitación a entrar en uno de los grandes misterios de nuestra fe. 

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Corrección Maternal

(23ro Domingo Ordinario: Ezequiel 33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)

En el Evangelio de hoy, Jesús prevé que inevitablemente surgirán conflictos entre los miembros de su Iglesia.

Su primera preocupación es que los asuntos puedan ser resueltos pacíficamente. Hay que evitar conflictos mayores, que desemboquen en serias divisiones que pudieran esparcirse dentro de la comunidad

Es igualmente importante, sin embargo, que los asuntos sean mantenidos al interior de la Iglesia. En 1 Corintios 6, San Pablo se queja de los creyentes que llevan los casos a las cortes civiles: “¡Por lo visto, no hay entre ustedes ni siquiera un hombre sensato, que sea capaz de servir de árbitro entre sus hermanos! ¿Un hermano pleitea con otro, y esto, delante de los que no creen?”

Muchas comunidades religiosas tienen (o tenían) un ejercicio llamado “corrección fraterna”; en pares o en pequeños grupos, los miembros se señalan las fallas los unos a los otros. Cada uno debía tomarse en serio las palabras del otro con gratitud y esforzarse por mejorar.

Algunos podrían hasta ser llamados a tener una postura más profética, especialmente si creen que la propia comunidad está en peligro de perder el rumbo. Como Ezequiel, sienten una responsabilidad personal de desafiar a los otros. 

Lo más difícil en todo esto es mantenerse fiel al mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Debemos comportarnos ante los demás sin causar ofensa ni ofendernos, y sin dureza de corazón. Actuando así, la reconciliación no surgirá como un tema.

Sin embargo, ya que la Iglesia está formada por personas reales, surgirán conflictos ocasionales, que van desde grandes diferencias de opinión a serias acusaciones de mal comportamiento. La primera condición para la reconciliación es que haya un deseo genuino de ambas partes.

¿Qué tiene que ver todo esto con La Salette, uno podría preguntarse? Bastante. María se acercó a un pueblo absorto en sus propios problemas y culpando a Dios por ello. Un pueblo que había perdido de vista a Cristo, tanto que la reconciliación ni siquiera se les cruzaba por la mente.

Hacía falta una Bella Señora, hablando en términos proféticos, para hacerles ver que la reconciliación era deseable y alcanzable. Por medio de sus lágrimas, ella nos ofreció una corrección maternal, dándonos el modelo de un corazón que desea verdaderamente la reconciliación.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Instados por Dios

(22do Domingo Ordinario: Jeremías 20:7-9; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)

La mayoría de los sistemas legales le otorgan a un acusado el derecho a guardar silencio. Un profeta, por el contrario – como le pasó a Jeremías– no tiene tal derecho. La palabra de Dios en su interior le quemaba con tanta intensidad que no podía ser silenciada.

Nuestra Señora de La Salette hizo lo mismo. Se sintió obligada a hablar por nosotros, en constante oración ante su Hijo; y vino con urgencia a hablarle a su pueblo, con un mensaje más amplio y más complejo, hasta podríamos decir más intenso, que en otras apariciones marianas.

Ella coloca ante su pueblo solamente una opción: negarse a someterse, o convertirse. O, para usar la terminología de San Pablo, ella le está diciendo a su pueblo, “No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.

Discernir la voluntad de Dios no es un ejercicio académico. Pues esto solamente tiene un propósito: capacitarnos para vivir en armonía con Dios haciendo lo que él requiere de nosotros.

¿Tal vez tuviste una experiencia grande de conversión? En aquel momento supiste, al menos de manera general, a donde Dios te estaba conduciendo. ¿Sabías en qué te estabas metiendo? ¿Fuiste capaz de ver de antemano la cruz que llevarías, las distintas maneras por medio de las cuales podrías dar tu vida por amor a Jesús?

Si no fue de inmediato, llegaste a descubrir a su debido tiempo la manera específica en la que te tocaría cumplir la voluntad de Dios. Idealmente, llegó a volverse una pasión, y alcanzaste el punto de no retorno, aunque lo hubieras deseado. El Salmo de hoy expresa dicha intensidad: “Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua”.

Aun teniendo un Director Espiritual, el discernimiento es algo profundamente personal. Esto explica la diferencia entre cuatro Santas Teresa: de Calcuta, de Lisieux, de los Andes y de Ávila. Todos construimos de maneras distintas sobre los mismos cimientos.

Es maravilloso saber cuánta gente llegó a apasionarse por La Salette. Aun en esto, las posibilidades son tantas, en cuanto cada uno de nosotros responde a los diferentes aspectos de la Aparición y/o del mensaje.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Llave y la Clave

(21er Domingo Ordinario: Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)

Como de costumbre, hay una clara conexión entre la primera lectura y el Evangelio. Se encuentra en el simbolismo de las llaves. Eliaquím recibirá las llaves de Sebna; Jesús confía las llaves del reino de los cielos a Pedro.

A primera vista esto podría sonar a un premio que Pedro se ganó por haber dado la respuesta correcta a la pregunta, “Ustedes, ¿quién dicen que soy?” Nada está más lejos de la verdad. Es el Padre quien se lo ha revelado.

Así como esta pregunta se levanta de generación en generación, es necesario que nosotros mismos también la respondamos. La respuesta de Pedro no es evidente por sí misma. ¿Qué es lo que uno tiene que hacer al sentirse rodeado de gente que se burla de nuestra religión? Tal vez esto forma parte de lo que San Pablo se refiere al hablar de los “designios insondables y caminos incomprensibles” de Dios. Pero ¿cuál es la clave para mantener nuestra paz interior?

En La Salette, Nuestra Señora habló justamente de dicha situación. Los pocos fieles se estaban volviendo cada vez más pocos, en un mundo agresivamente anticlerical. La llave ofrecida por María es aquella que colgaba de su cuello: la imagen de su Hijo crucificado.

Ella enfatizó la importancia de nuestra relación con Jesús, y con la cruz sobre la que su hijo murió por nosotros. Lejos de vilipendiar su nombre, estamos llamados a proclamarlo de palabra y acción, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Esto significa vivir fielmente y, sí, siendo discípulos felices.

Jesús le dijo a Pedro, “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella”. Mientras no se trate de construirnos una fortaleza mental infranqueable, esta promesa es una fuente de consuelo.

Hay otro estimulo en el Salmo de hoy: “El Señor está en las alturas, pero se fija en el humilde”. Lo mismo que Maximino y su padre al volver a casa desde las tierras de Coin, su ojo atento nos ve. 

Con María podemos rezar sin cesar. Podemos hacer nuestro el ultimo versículo del Salmo: “Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!” Aun si nada cambia, podemos llegar a ser lo que Isaías llama “una estaca en un sitio firme”, inquebrantables en nuestra fe.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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