Carta - Páscoa 2024
Santa Páscoa 2024 “Nosso Redentor ressuscitou dos mortos: cantemos hinos ao Senhor nosso Deus, Aleluia”   (Da liturgia) Queridos irmãos, com a chegada da Santa Páscoa, gostaria de chegar idealmente a cada um de... Czytaj więcej
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Santa Páscoa 2024 “Nosso Redentor ressuscitou dos mortos: cantemos hinos ao Senhor nosso Deus, Aleluia”   (Da liturgia) Queridos irmãos, com a chegada da Santa Páscoa, gostaria de chegar idealmente a cada um de... Czytaj więcej
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Un Esfuerzo Mancomunado

(26to Domingo del Tiempo Ordinario: Números 11: 25-29; Santiago 5: 1-6; Marcos 9: 38-48)

Los celos se manifiestan de dos maneras. Ya sea al sentirse mal por no tener lo que el otro tiene, o siendo excesivamente protectores con lo que sí se tiene.

Josué y su celo por Moisés, le llevó a querer impedir que Eldad y Medad profetizaran. Juan quería pertenecer a un selecto grupo, del cual él era un miembro, el poder de expulsar demonios. Ni Moisés ni Jesús asumieron una actitud parecida tan restrictiva. Uno dice, “¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!” El otro dice: “El que no está en contra de nosotros está con nosotros”

Es difícil imaginar a dos escritores del Nuevo Testamento tan diferentes como Pablo y Santiago. Con lo enérgico que Pablo podía llegar a ser a veces al castigar a los cristianos errantes, no encontraremos en sus cartas algo tan feroz como el texto de Santiago que leemos hoy.

¿Está el uno “más con Cristo”, o más inspirado que el otro? De ningún modo. Dios no tiene que rendir cuentas de lo que él decida a la hora de distribuir sus dones.

Vemos lo mismo en La Salette. María elige a Melania y Maximino. No sabemos el por qué. Ella eligió un lugar que era, y aun lo es, de difícil acceso. Ella dijo cosas que nadie esperaba oír decir a la Madre de Dios. Le tocaba a ella decidir aquello.

Pero esto no se detiene aquí. Los Misioneros que fueron fundados para llevar el mensaje y atender a los peregrinos tuvieron que luchar para encontrar su lugar en la Iglesia. Ellos no eran, y todavía no lo son, elegidos por sus perfecciones. Lo mismo puede decirse con seguridad acerca de las Hermanas de La Salette, y de los Laicos Saletenses.

La predicación del Evangelio es un esfuerzo mancomunado. En 1 de Corintios, Pablo usa la analogía del cuerpo para hablar de la Iglesia, donde cada miembro necesita de los otros.

Hay un himno polaco para los niños que dice: “Los altos, los bajos, los gordos, los flacos – todos pueden ser santos – así como yo y así como tú”. Podemos ampliar la lista para incluir a todos los tipos de personalidad, cultura, nivel de educación, y así para adelante. Juntos construimos la Iglesia completa, y haciéndolo así, por medio de la variedad de nuestros miembros, podemos, en Cristo, sin celos, ser todo para todos.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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La Sabiduría que viene de lo alto

(25to Domingo del Tiempo Ordinario: Sabiduría 2:12-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37)

Santiago escribe: “La sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y, además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.”. Cuan apropiadamente esta descripción se aplica al mensaje de Nuestra Señora de La Salette.

La sabiduría de la Virgen de La Salette es pura, viniendo de un corazón lleno de amor en estado puro, y al mismo tiempo se expresa con la verdad; “es imparcial y sincera.”

Es pacífica y benévola: “Acérquense, hijos míos, no tengan miedo.” – “¿No entienden, hijos míos? Se los digo de otra manera”.

Llena de misericordia, no solamente en las palabras que dice y en la ternura que muestra a los niños, sino en el mismo hecho de que María haya venido a nosotros. Cuando en 1851 el Obispo de Grenoble decidió erigir un Santuario en La Salette y fundó a los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette, su intención era que ambos constituirían “una memoria perpetua de la misericordiosa aparición de María”

Y la historia ha demostrado que está llena de buenos frutos, algunas veces en la forma espectacular de curaciones milagrosas, más frecuentemente en la privacidad del confesionario. El Santuario atrae peregrinos y voluntarios de alrededor del mundo. El movimiento de los Laicos Saletenses ha experimentado un amplio crecimiento durante las décadas recientes.

Es de notar también el dicho de sabiduría de Jesús a sus discípulos, “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Aquí vemos aun otra cualidad más que podemos atribuir a la Bella Señora.

La Reina del Cielo, vino a nosotros con toda simplicidad, no a imponer su autoridad sino a servir a su pueblo haciendo que sus hijos lleguen a ser la mejor versión de sí mismos como cristianos y convertirse una vez más en un pueblo de fe y fidelidad.

Hace unas semanas leímos las palabras de Moisés, alentando a su pueblo a observar con cuidado la ley. “Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que, al oír todas estas leyes, dirán: ¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!” María en La Salette desea que su pueblo sea verdaderamente sabio a los ojos de Dios.

Mientras más tiempo pasamos con ella, más nos hacemos capaces de absorber y vivir la sabiduría que viene de lo alto.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Tomar la Cruz

(24to Domingo del Tiempo Ordinario: Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

Muchas veces me he preguntado sobre el cómo la multitud tomó el dicho de Jesús de que sus discípulos deben “tomar su cruz” después de muchas búsquedas fuera de las cinco veces que aparece en los Evangelios, debo concluir que dicha expresión no existe en ninguna otra parte.

Los cristianos entienden esas palabras a la luz de la crucifixión de Cristo. El sufrimiento es parte de la vida; en esto consiste nuestro participar de su cruz.

En La Salette María dice, “Hace mucho tiempo que sufro por ustedes” En el contexto de la Aparición, esto significa la carga que ella asumió para protegernos de las consecuencias del pecado. Pero en el Acuérdate a Nuestra Señora de La Salette, miramos hacia un pasado más lejano: “Acuérdate de las lágrimas que has derramado por nosotros en el Calvario”

Los sufrimientos de la Santísima Virgen María fueron únicos y propios de ella. Podemos decir lo mismo para todos nosotros. Jesús es muy específico. Cada discípulo o discípula debe tomar su propia cruz.

Mirando la vida de los santos, podemos encontrar muchos ejemplos. Algunos han compartido literalmente los sufrimientos de Cristo Crucificado, por medio de heridas físicas en sus manos y pies, o alrededor de su cabeza. Aparte del dolor, a veces soportaron humillaciones de parte de aquellos que los consideraban impostores.

Algunos fueron ridiculizados, perseguidos o asesinados por su fe. Otros experimentaron periodos de insoportable oscuridad espiritual. O se privaron ellos mismos aun hasta de los más simples placeres con el fin de tener alguna participación en la Cruz de Cristo.

Más aun, como Simón de Cirene ayudando a Jesús a llevar su cruz, se entregaron completamente al servicio de los enfermos, de los desamparados, al “hermano o hermana que no tiene nada que ponerse ni comida para el día.

A veces otra persona puede ser una cruz. Me viene al recuerdo de lo que Dorothy Day escribió a cerca de un residente en una Casa del Trabajador Católico: “El es nuestra cruz, especialmente enviado por Dios, y así lo apreciamos.”

El dicho de Jesús acerca de tomar nuestra cruz es tan conocido que hasta podemos olvidar que es un dicho muy fuerte. La Bella Señora, portando el crucifico sobre su pecho – sobre su corazón – nos invita a aceptar con amor sea cual fuere la única cruz personal que estamos llamados a tomar como discípulos de su Hijo.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Salvados

(23er Domingo del Tiempo Ordinario: Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)

Si conocen a Alcohólicos Anónimos, saben que en el segundo paso dice lo siguiente: Llegamos a creer que un Poder Superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. Esto está cerca de lo que leemos en Isaías: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos”.

Cuando hablamos de la salvación, frecuentemente pensamos en llegar al cielo. Esa es la meta final, por supuesto, pero entre este momento y aquello, ¿no podemos ser salvados? La respuesta es obvia: sí, podemos.

Isaías presenta unas figuras concretas del poder salvador de Dios: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.” El Salmo responsorial evoca el mismo tema. Y los amigos del sordo se inspiraron en esa misma tradición de ver la salvación en la sanación.

La palabra griega para salvar puede ser traducida como sanar, o restituir. Implica la preservación (por adelantado) o la liberación (después del hecho) del mal en todas sus formas. Así, la insistencia de Santiago de no mostrar favoritismo dentro de la comunidad cristiana encuadra perfectamente dentro de la proclamación profética de la libertad de la opresión.

La Aparición de Nuestra Señora de La Salette se encuentra directamente dentro de esta tradición. Necesitamos ser salvados no solo de los males externos, sino de nuestra propia pecaminosidad. No podemos hacer esto solos, sino que María nos recuerda de la gran noticia de que la salvación es nuestra; sólo hay que pedirla.

Los Cristianos Evangélicos hablan de aceptar al Señor Jesús como nuestro salvador personal. La Bella Señora utiliza un lenguaje diferente, pero nos llama a la misma realidad. El propósito de su visitación es que pudiéramos (de nuevo con las palabras de AA) decidir poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios.

Las sanaciones milagrosas, especialmente en los Evangelios, son signos de la salvación que ofrece Jesús. Más maravillosa, sin embargo, es la conversión de corazón, tal como la que han experimentado incontables peregrinos a la Santa Montaña de La Salette desde 1846.

El pecado hace que nuestras vidas sean ingobernables. La gracia salvadora de la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo es nuestra mejor esperanza, nuestra única esperanza.

Traducción: P. Roberto Butler, M.S.

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Caminando sin reproche

(22do Domingo del Tiempo Ordinario: Deuteronomio 4:1-8; Santiago 1:17-21; Marcos 7:1-23)

Después de su vuelta del exilio alrededor del año 539 AC, el pueblo judío adoptó una actitud de estricta observancia de la Ley de Moisés. Habían aprendido su lección. Comenzaron, por decirlo así, a proteger la Ley cargándola con prácticas que harían menos probable la posibilidad de desobedecerla.

Por ejemplo, si tú no quieres tomar en vano el nombre del Señor, jamás y por ningún motivo tendrás que pronunciarlo. Problema resuelto. Nuestro Salmo responsorial toma ampliamente un enfoque parecido, centrándose en lo que no hay que hacer con el fin de permanecer irreprochable.

La discusión en el Evangelio de hoy gira en torno a una práctica que podríamos resumirla como “la limpieza es lo más parecido a lo sagrado” Los mandamientos referidos a la “pureza y la impureza” fueron reforzados por los baños rituales tradicionales que vemos descritos. Jesús se opone a dar a las tradiciones el mismo peso que a la Ley. El no condena lo ritual sino el ritualismo.

En su mensaje en La Salette Nuestra Señora se centra en los mandamientos, no en las tradiciones: Honrar el Nombre del Señor y la observancia del descanso del sábado están en los Diez Mandamientos; la Cuaresma y la Misa Dominical están entre los mandamientos de la Iglesia, basados en una práctica cristiana muy antigua. Esto no es ritualismo.

Santiago escribe, “La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo”. El adopta una aproximación positiva y otra negativa.

Ser irreprochable no radica simplemente en “hacerlo todo bien”. Está muy lejos de un perfeccionismo obsesivo.

La Eucaristía, por ejemplo, es una celebración compuesta de muchos elementos prescritos. Es un ritual. Pero si nuestra participación es puramente ritualista, es decir, no acompañada por nuestra mente y nuestro corazón, su capacidad de nutrir nuestra fe resulta seriamente infructuosa.          

El Salmo 119, 9 pregunta, “¿Cómo un joven llevará una vida honesta?” y responde, “Cumpliendo tus palabras” En el versículo 16 el salmista exclama, “Mi alegría está en tus preceptos: no me olvidaré de tu palabra”.

María que es absolutamente irreprochable, lloró en La Salette, pero una manera en que nosotros podemos enjugar sus lágrimas es cumplir con alegría los mandamientos de Dios.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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¿A quién vamos a servir?

(21er Domingo del Tiempo Ordinario: Josué 24:1-18; Efesios. 5:21-32; Juan 6:60-69)

Cuando Josué desafió al pueblo para que decidiera a qué dioses servirían, ellos respondieron, “Nosotros serviremos al Señor.” Aquella generación hizo lo mejor que pudo para mantenerse fiel en su promesa.

Jesús preguntó a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?” Pedro respondió a su vez con otra pregunta: “¿A quién iremos?” Su profesión de fe, que viene inmediatamente, no impidió su negación posterior, pero lo preservó de la desesperación y lo preparó para dedicar plenamente su vida al Servicio del Señor.

San Pablo también habla de servicio. La palabra en nuestra traducción es “someter”, que suena más como servilismo que como servicio. Él dice que por consideración a Cristo los cristianos deberían “someterse los unos a los otros”, en otras palabras, desear servirse los unos a los otros.

La cuestión de elegir a quien habremos de servir encuentra una expresión diferente en los labios de la Bella Señora de La Salette, en su uso del condicional “Si mi pueblo no quiere someterse” es equivalente al “¿te someterás o no?” o, para parafrasear a Josué, “elijan hoy a quién quieren servir.” Miremos las alternativas.

La búsqueda del placer, del poder o de las riquezas se confunde fácilmente con la búsqueda de la felicidad, y con todo, ninguna de esas cosas buenas puede asegurar de que llegaremos a ser felices.

El conocimiento, la sabiduría, y las artes tienen el poder de elevarnos. Las habilidades prácticas pueden traernos satisfacción, especialmente cuando se ponen al servicio de los demás. Pero aun en esto, una cierta arrogancia autosuficiente, puede instalarse en nosotros, socavando el bien que hacemos.

Después de la pregunta de Pedro, “¿A quién iremos?” leemos, “Tú tienes palabras de Vida eterna”. Aquello es más que una declaración, es un compromiso.

No debemos dar por hecho de que los Doce comprendieron el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, especialmente la parte acerca de comer su carne y beber su sangre, no más que esos otros discípulos que dijeron, “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”

Es de notar que Pedro llama a Jesús Señor, una palabra que indica sumisión. Significa que Pedro se ve a sí mismo de dos maneras, como discípulo y como siervo.

Las palabras de María en La Salette, aun en sus dichos más fuertes, nos llaman a someternos a aquel que tiene palabras de vida eterna.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Comer y Beber

(Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario: Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)

Como suele pasar a menudo, hay un tema en común entre la primera lectura y el Evangelio. La Sabiduría dice, “Vengan, coman de mi pan y beban del vino que yo mesclé.” Jesús dice, “Él que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en el.”

Para nosotros hoy, estos textos pueden no parecernos tan diferentes. Las palabras de Jesús no nos impactan tanto como lo hicieron en la gente a la que él le habló aquel día en Cafarnaúm. No se esperaba que la gente entendiera el significado sacramental de este discurso. La reacción de desconcierto se entiende perfectamente.

En La Salette también hay muchos elementos desconcertantes: “el brazo de mi hijo… una gran hambruna que vendrá… los niños morirán… se los hice saber… etc.” Al día de hoy muchos teólogos se saltan partes del mensaje.

Melania y Maximino, por otro lado, una vez tranquilizados por la invitación de María a que se acercaran, parece que no se sintieron incómodos por las partes del discurso dichas en el dialecto que ellos comprendían. De hecho, he visto que muchas veces se los cita como diciendo, “Bebíamos sus palabras.”

Esto es algo parecido a la referencia que San Pablo hace de la bebida: “No abusen del vino… más bien… sino llénense del Espíritu Santo”. Me gusta pensar que los niños bebían del Espíritu junto con las palabras de María.

En el Sermón de la Montaña Jesús dijo: “No se inquieten entonces, diciendo “¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? … El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.”

Para las personan que ven aproximarse la hambruna, esta actitud requiere una fe real.

Dicho esto, para los cristianos católicos, buscar el Reino de Dios y su justicia se entremezcla con el comer y beber. Lo cual nos lleva de nuevo a la Eucaristía. En el Evangelio de Juan de hoy, leemos, “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”.

La Bella Señora quiere que su pueblo tenga vida abundante. Bebiendo sus palabras recordamos de la vida que su hijo nos ofrece en la Sagrada Comunión.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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