Polônia - Capítulo
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Carta do Superior Geral
Natal de 2023 Ano Novo 2024 “Anuncio-vos uma grande alegria: hoje nasceu para vós um Salvador, Cristo Senhor” (Lc 2,10-11) Queridos irmãos, Estou verdadeiramente feliz, juntamente com o meu conselho, por trazer mais uma vez a cada um de... Czytaj więcej
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Un Mensaje Universal

(20mo Domingo Ordinario: Isaías 56:1-7; Romanos 11:13-32; Mateo 15:21-28)

Por razones que no son del todo claras, la misión de Jesús no incluía a los gentiles, aunque sí haya respondido a las suplicas de un Centurión Romano (Mateo 8:5-13) y, en el Evangelio de hoy, a las de una mujer Cananea.

Antes, cuando envío a los Doce en su primera experiencia misionera, les instruyó, “No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.  Solamente al final del Evangelio de Mateo Jesús les ordenó: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”.

Con el tiempo, y después de muchas persecuciones, la oración del Salmista, “¡Que todos los pueblos te den gracias!”, fue atendida. En cada nación, hay al menos algunas personas que cumplen la profecía de Isaías. “Yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración”.

Sin embargo, la universalidad (el ser inclusivo) es un desafío. En cada grupo hay una tendencia a una cierta exclusividad. En el Evangelio de hoy, los discípulos quieren que Jesús haga lo que sea para que la mujer cananea se vaya, no solamente, o tal vez, porque sea una pagana sino también porque es una molestia.

¿Te has encontrado tú mismo algunas veces tratando de evitar situaciones incómodas, gente problemática, una llamada inesperada de alguien pasando necesidad, etc., etc.? Puede ser difícil mantener el espíritu inclusivo que es inherente a nuestra Misión de Reconciliación.

San Pablo había intentado en su tiempo excluir del judaísmo a los cristianos. Después, algunos de los primeros cristianos quisieron excluir a los gentiles. Pero pronto vemos que el mayor anhelo de Pablo fue el de llevar la salvación de Cristo tanto a los judíos como a los gentiles.

Esta visión encuentra eco en las palabras finales del mensaje de María en La Salette, “Díganselo a todo mi pueblo”. Hoy hay misiones saletenses en 27 países (y seguimos descubriendo pequeños santuarios saletenses en otros lugares), pero esto nos deja con mucho más de 150 países en los que La Salette es desconocida. Comparado con la expansión del Evangelio, ¡tenemos un largo camino a recorrer!

El mensaje tiene muchos elementos, atrae a diferentes personas de maneras distintas. Esto es verdad también en cuanto a nosotros mensajeros, individualmente únicos, pero juntos, universales.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Oiré

(19no Domingo Ordinario: 1 Reyes 19:9-13; Romanos 8:1-5; Mateo 14:22-33)

El relato de Elías en la cueva plantea casi como una sorpresa el hecho de que Dios se le haya presentado en el “rumor de una brisa suave”. Después de todo en otros episodios de la vida del profeta, su relación con el Señor tenía mucho que ver con fuego, y al final Dios lo hizo subir al cielo en el torbellino.

No hay manera de predecir cuándo o cómo Dios nos hablará. Pero Elías se puso de pie delante del Señor, a tono con su presencia, listo para escuchar y servir.

La conversión de San Pablo es otro ejemplo de lo que es un encuentro inesperado con el Señor. Mil ochocientos años después, nadie podría haber previsto que Melania Calvat y Maximino Giraud, unos niños sin ninguna instrucción religiosa, escucharían la palabra de Dios por medio de las palabras de una Bella Señora. 

El Salmo de hoy describe un sorpresivo encuentro: “El Amor y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se abrazarán”.  Vemos cómo todo se entrelaza y se combina, para que la intervención de Dios cumpla su propósito, y el de María también. 

Vivimos en un mundo donde la paz parece ser una causa perdida, la verdad ya no es más la verdad. La famosa pregunta de Pilato, “¿Qué es la verdad?” la escuchamos por doquier. Tristemente. La bondad a veces parece estar opuesta a la verdad, especialmente cuando es difícil de soportar. En La Salette, sin embargo, María fue capaz de combinar la verdad de su mensaje con la dulzura de su voz y la ternura de sus lágrimas.

El bien, la verdad, la justicia, la paz: yacen en lo más profundo de nuestro anhelo de estar en armonía con Dios, y en vivir reconciliando vidas. Pero, ¿Cómo logramos alcanzar dicha meta?

En primer lugar, debemos reconocer y aceptar que no hay garantía de éxito. Aun el mismo San Pablo, un fiel siervo de Dios como lo fue, se lamentaba de sus propios defectos. A veces hay un destello de esperanza, pero, al igual que Pedro como cuando caminó sobre el agua, podemos entrar en pánico y escuchar a Jesús diciéndonos, “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

Jesús subió a la montaña para orar. La cueva de Elías estaba en la montaña de Dios, el Horeb. La Salette está en los Alpes. Los intensos “tiempos de Dios” a menudo son descritos como experiencias cumbres. Pero, ¿Quiénes somos nosotros para decidir cuándo, dónde o cómo el Señor nos hablará?

Es mayormente en retrospectiva en que reconocemos la voz de Dios. ¿Cuándo fue la última vez que la oíste?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Compartir la Riqueza

(17mo Domingo Ordinario: 1 Reyes 3:5-12; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-52)

  Cuando decimos que algo nos gusta, ya sea - una comida favorita, un deporte o alguna música – es una manera sencilla de decir que nos deleitamos en ello.

No es del todo lo mismo, sin embargo, cuando, en el Salmo de hoy, le decimos al Señor, “Yo amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino. ¿En qué sentido es diferente? La respuesta yace en el posesivo plural ‘tus’. El salmista no es un abogado al que le guste andar divagando en las complejidades (y encontrando las lagunas) de la Ley. El contexto aquí es la oración, dirigida a Dios a quien ama.

En el Evangelio, las dos primeras parábolas recalcan que el reino de los cielos tiene un valor incomparable, tanto que uno debería estar dispuesto a “vender todo lo que posee” con el propósito de adquirirlo.

Hay, sin embargo, una diferencia importante entre el tesoro enterrado en el campo y el reino de los cielos. En el primer caso, la persona que encuentra el tesoro presumiblemente se lo queda, o lo usa para enriquecerse aún más.

Pero cuando se trata del reino, quien sea que lo haya adquirido y amado, se ve impulsado a compartirlo.

La Biblia es un verdadero tesoro escondido en el campo dado a nosotros por Dios. ¿Lo amamos? Nos provee de riquezas de Sabiduría, Conocimiento, Mandatos y Preceptos para conducirnos sabiamente. ¿Los amamos? Con ellos, también tenemos los Sacramentos. ¿Amamos estas perlas de gran valor, atesoradas por la Comunidad de los Creyentes?

Estas reflexiones semanales están dedicadas a aquellos que aman a La Salette. En esto también, está primero y ante todo nuestro amor por una cierta Bella Señora, a quien llamamos nuestra Madre en Lágrimas, y que vino a recordarnos de los tesoros que el Señor ha puesto a nuestra disposición.

En la versión larga del Evangelio de hoy, Jesús pregunta, “¿Comprendieron todo esto?” Sería maravilloso si nosotros, como los discípulos pudiéramos responder con un “Sí”. No necesitamos ser teólogos ni eruditos bíblicos. El salmista nos los recuerda: “La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante”.

Con respecto al reino de los cielos, La Salette no es algo que debamos guardar para nosotros mismos. Estamos encargados de hacer conocer el mensaje a todo su pueblo.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Vengan, Escuchen, Vivan

(18vo Domingo Ordinario: Isaías 55:1-3; Romanos 8:35-39; Mateo 14:13-21)

Coman gratuitamente y sin pagar”, dice Isaías al prometer abundancia de comida y bebida. ¿Qué otra cosa podría ser más atrayente?

En La Salette también hay una promesa de abundancia –un montón de trigo, y papas sembradas por los campos – con una condición: conversión. Preferimos a Isaías.

Pero La Salette e Isaías no son para nada diferentes. Leyendo unas líneas más adelante en Isaías, encontramos: “Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán”. El profeta imagina un pueblo que vive regido por la palabra de Dios. Está lanzando un llamado a la conversión y lo afirma más explícitamente unos versículos después de esta lectura: “Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión”.

En el Evangelio podemos encontrar cumplida la visión de Isaías. Gentes de muchas ciudades vinieron a escuchar a Jesús. Cuando sus discípulos le sugirieron que despida a la multitud para que vaya a comprar comida, él la alimentó sin pagar y sin costo alguno.

Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos para que lo distribuyeran. Esta aun no es la Ultima Cena, pero la conexión es obvia.

No es para sorprenderse, por lo tanto, que Nuestra Señora de La Salette mencione la Eucaristía Dominical. Es el lugar donde su pueblo puede encontrarse con su Hijo, ser alimentado por él, y hallar fortaleza para el camino.

Como individuos, comunidades y naciones, es inevitable que tengamos que toparnos con crisis y tragedias como aquellas de las que habla San Pablo en la segunda lectura.

La antífona de entrada de hoy refleja un tiempo de angustia: “Líbrame, Dios mío. Señor, ven pronto a socorrerme. Tú eres mi ayuda y mi libertador, no tardes, Señor” (Salmo 70). La Bella Señora no encontró la misma actitud en su pueblo. En lugar de elevar suplicas a Dios, blasfemaban con su nombre.

Cuando oramos al Señor con nuestro corazón, “Tú eres mi libertador”, confiamos en que ninguna fuerza que venga de afuera de nosotros será capaz de separarnos del amor de Cristo. Que él nos preserve de apartarnos de su lado.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Volver a lo Básico

(16to Domingo Ordinario: Sabiduría 12:13-19; Romanos 8:26-27; Mateo. 13:24-43)

Las personas que recién están conociendo acerca de La Salette se sorprenden cuando leen las palabras de la Bella Señora: “Les he dado seis días para trabajar y me he reservado el séptimo, pero no quieren dármelo”. Inmediatamente recalcan: Es el día del Señor, no el de María.

Es cierto, pero el problema se resuelve al traer a colación la naturaleza bíblica y el tono del mensaje. En los profetas y en los salmos especialmente, a veces nos hace falta intuir quién es el que está hablando, insertar mentalmente, “Así dice el Señor”. Esto también es cierto, en este caso, con el mensaje de María. 

Santificar el santo Día del Señor es el Tercer Mandamiento. Nuestra señora alude también al Segundo, “No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios”, cuando habla de “el Nombre de mi Hijo”.

Ambos encuentran su fundamento en el Primer Mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí”.

Esta siempre ha sido una lucha. Fácilmente nos dejamos esclavizar por otros dioses.

Es por esta razón que tanto el autor de Sabiduría como el salmista celebran la misericordia y el perdón de Dios. Dios “da lugar al arrepentimiento”, porque él es “compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad”.

Todas las parábolas que leemos hoy indican que somos, individualmente y como Iglesia, una obra en construcción. San Pablo nos urge a no desanimarnos. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad… Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina”. En otras palabras, él sabe lo que es mejor para nosotros.

El acontecimiento y el mensaje de La Salette encajan perfectamente con esto. Se nos desafía, en nuestra debilidad, a dejar que el Espíritu brille hasta en lo más profundo de nuestros corazones y haga lo que tiene que hacer para que la buena semilla de Dios eche raíces y crezca, como la semilla de mostaza, frondosa y fructífera.

La conversión, la alabanza a nuestro Único Dios Verdadero, la constante confianza en el – estos son los caminos que La Salette nos enseña para volver a lo básico. 

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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Abundancia

(15to Domingo Ordinario: Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

El P. Paul Belhumeur M.S. es un apasionado de la naturaleza y de la creación. Él es también un ávido jardinero, y entiende la importancia de una buena tierra, y hasta tiene su propia receta todo-natural para ello. Por lo tanto, le pedí que me compartiera sus pensamientos acerca de las lecturas de hoy.

En la primera lectura, el hizo notar la imagen de Dios que habla por medio de la naturaleza y compara la palabra “que sale de mi boca” con la lluvia que convierte en fértil y fructífera a la tierra.

En el Salmo, Dios ha enriquecido la tierra, haciendo que produzca frutos en inimaginable abundancia: “Tú coronas el año con tus bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se ciñen de alegría”. En el Evangelio, la semilla es buena, pero necesita la tierra apropiada.

Haciendo la conexión con La Salette, el P. Paul ve la imagen de Dios en la naturaleza arruinada por el pecado; no hay abundancia. Pero la imagen de Jesús resplandece sobre el pecho de María, ofreciendo esperanza.

La versión larga del Evangelio de hoy incluye una cita de Isaías: “El corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane”.

El mensaje de La Salette es una respuesta ante aquella dureza de corazón. Al usar la imagen del jardín, nosotros podríamos decir que Nuestra Señora hace que su pueblo se acuerde de las herramientas disponibles para el buen cuidado del jardín del alma.

Tenemos los sacramentos. El Bautismo riega la tierra, la Eucaristía brinda los nutrientes para abonarla, la Reconciliación remueve las piedras, las espinas y otros obstáculos.

La Santa Madre Iglesia provee de herramientas adicionales: La adoración, el Rosario, una gran variedad de devociones. Entre otras, no nos olvidemos de las novenas y oraciones a Nuestra Señora de La Salette (al menos un Padre Nuestro y un Avemaría). 

Nada de esto nos garantizará una cosecha exuberante, literal o espiritualmente hablando. Eso es obra del Señor. Pero por medio de su gracia podemos preparar nuestra tierra, para que la semilla (la Palabra) eche raíces en nuestras almas, transformándolas en fértiles y fructíferas, al tiempo que hacemos conocer el mensaje de María.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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