Carta - Páscoa 2024
Santa Páscoa 2024 “Nosso Redentor ressuscitou dos mortos: cantemos hinos ao Senhor nosso Deus, Aleluia”   (Da liturgia) Queridos irmãos, com a chegada da Santa Páscoa, gostaria de chegar idealmente a cada um de... Czytaj więcej
Carta - Páscoa 2024
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Amados y Elegidos

(6to Domingo de Pascua: Hechos 10:25-48; 1 Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)

Jesús les dice a sus discípulos, “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”. Ellos ya lo sabían, por supuesto, pero ahora, en las vísperas de su pasión, es un recordatorio importante. Las mismas palabras han resonado a lo largo de las edades, a cada generación de creyentes. También a cada uno de nosotros.

Maximino y Melania no eligieron a la Santísima Virgen. Fue ella quien los eligió. Comenzando con ellos, su mensaje, también ha producido un fruto duradero.

Esta elección no es exclusiva. En la primera lectura de hoy, San Pedro y sus compañeros en la casa de Cornelio,

“quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios”. Ellos no podrían haber tenido una mejor confirmación de las palabras de Pedro, “Dios no hace acepción de personas”.

Por tanto, las palabras del Salmo de hoy son ciertas: “Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios”.

El Espíritu Santo vino como un don, trayendo dones a los que la Iglesia llama Carismas. El carisma de La Salette no es algo que elegimos por nuestra cuenta. Al contrario, este nos atrae hacia sí. Somos sus ministros, proclamando la reconciliación en todos los confines de la tierra.

Pero no nos olvidemos de las otras lecturas de hoy, todas en torno al amor. Cuando Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros, nos provee el fundamento y el modelo: “como yo los he amado”. Esto quiere decir en primer lugar que debemos creer que él nos ama, y aceptar su amor. Luego, debemos esforzarnos en imitarlo – un desafío que resuena en la segunda lectura.

Uno de los más hermosos poemas de la literatura comienza con estas palabras, “¿De qué modo te amo? Deja que cuente las formas”. Si escuchamos a Jesús con nuestro corazón, ¿podemos oírle contando las maneras en las que nos ama?

Como saletenses, quizá necesitemos solamente mirar el crucifijo sobre el corazón de la Bella Señora. En la santa montaña ella se apareció en un tiempo y lugar necesitados de un mensaje de amor y de ternura misericordiosa.

Entonces que nuestra oración sea la de aceptar el inacabable amor de Dios, y vivir por él, glorificando a Dios en palabra y obra, hablando en lenguas de Amor (con o sin palabras).

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Fruto de la Vid o del Árbol

(5to Domingo de Pascua: Hechos 9:26-31; 1 Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

Jesús, tomando una imagen familiar para cualquier persona de su tiempo, se describe a sí mismo como la vid y a sus discípulos como los sarmientos en la viña del Padre. Para nosotros, él bien pudiera haber usado una metáfora diferente, una huerta de frutales, por ejemplo. Entonces habría dicho, “yo soy el árbol”.

Todo lo demás sería lo mismo: “El sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid... El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto”. Los sarmientos buenos se podan y los viciosos se descartan.

El Padre, que cuida de la vid, también cuida del árbol. Él sabe que ciertos brotes crecen rápido pero nunca darán fruto, y si se les permite crecer simplemente succionarán la savia del resto. Él también sabe lo que se necesita para incentivar un crecimiento saludable, y para producir los mejores y más abundantes frutos.

Jesús casi parece estar suplicando a sus discípulos cuando les dice, “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”. Él se preocupa por ellos. En La Salette, una Bella Señora con tristeza observó que algunos cristianos ya no mostraban interés por aquel llamado del Señor.

Utilizando el propio lenguaje de María acerca del trigo arruinado y las papas podridas, podemos decir que ella encontró que la vid o el árbol estaban muy necesitados de poda y cuidado, llenos de plaga, y cubiertos de inútiles brotes de apatía espiritual. Por lo tanto, ella viene con el remedio, la medicina necesaria cuando nos ofrece la oportunidad de la conversión y la reconciliación, para que nosotros, los sarmientos, podamos volver a producir frutos una vez más.

Hay otra manera en que La Salette es un ejemplo de lo que la verdadera conversión puede hacer para que se produzcan buenos frutos. Veamos los esfuerzos misioneros que las comunidades religiosas y los movimientos laicales han desarrollado en torno a la Aparición. Por medio de ellos, muchas personas y países han recibido la “gran noticia” de María; La misión ha desembocado en abundantes frutos de reconciliación.

Si podemos, por un momento, dar relevancia a la metáfora del árbol, podemos pensar en frutos inesperados, que el cultivador no descarta. Podríamos aplicar esto a personas marginadas que deben ser incluidas en nuestra misión; como San Juan dice en la segunda lectura: “No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

El Señor es mi…

(4to Domingo de Pascua: Hechos 4:8-12; 1 Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

La mayoría de nosotros, si se nos pidiera terminar la frase del título, diríamos: Pastor. Pudiera sorprendernos el hecho de que hoy, a menudo llamado “Domingo del Buen Pastor”, no tengamos el Salmo veintitrés como nuestro responsorial.

Sin embargo, mientras el Evangelio se enfoca sobre Jesús como el buen Pastor, las otras lecturas y el Salmo proveen otras imágenes o títulos.

Por ejemplo, Jesús es la piedra rechazada. San Pedro, continuando su discurso, el que había comenzado la semana pasada, aplica el Salmo 118 al pueblo reunido en torno a él en el Templo: “la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado”, reflejando la relación hostil de parte de algunos del pueblo y de sus líderes.

En La Salette, la Santísima Virgen dio ejemplos de cómo su pueblo había rechazado a su Hijo. ¿Hemos sido nosotros, personalmente, merecedores de sus reproches? Al contemplar el crucifijo sobre su pecho, ¿escuchamos las palabras de San Pedro, hablando de “Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron”? Si es así, acerquémonos al Señor con humilde arrepentimiento.

Jesús es la piedra angular, el cimiento de nuestra fe y de la fe de la Iglesia. Esta imagen es muy cercana a lo que encontramos en el Salmo 18, donde David llama al Señor “mi fuerza, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador”. Henos aquí, frente a nuestro Dios en una relación de confianza.

Ocurre lo mismo con el Buen Pastor, por supuesto, aunque a veces el orgullo nos tienta querer caminar por nuestra cuenta y resulta que nos encontramos andando la senda del pecado por nosotros mismos. Ya que queremos que el Pastor nunca nos abandone – hay que recordar las palabras de María, “Si quiero que mi Hijo no los abandone” ¿por qué entonces nosotros lo abandonaríamos? Necesitamos que nos guíe, que nos nutra (especialmente en la Eucaristía), que nos proteja.

Piedra rechazada, Piedra Angular, Buen Pastor: vemos que no son sólo nombres sino relaciones con Dios Hijo.

Algunos podrán decir, “El Señor es mi amigo”, no como un igual, por supuesto, sino como aquel que verdaderamente se interesa por nosotros. Eso forma parte del mensaje de La Salette.

Pensémoslo. ¿Quién es Jesús para ti? ¿Quién eres tú para él? Más importante aún. ¿Sientes cuán profundamente eres amado? Y ¿respondes de la misma manera?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Acérquense

(3er Domingo de Pascua: Hechos 3:13-19; 1 Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

El título de hoy cita la primera palabra de María a los niños en La Salette. Ella añade, “No tengan miedo”. Reconocemos el patrón, en reversa, desde las Escrituras.

En el último Evangelio dominical, Tomás fue invitado a acercarse a Jesús tanto como para tocar sus heridas. Hoy Lucas nos da un relato similar. Mientras dos discípulos estaban contando cómo se habían encontrado con Jesús en el camino de Emaús y ¡de repente, ahí estaba! Los tranquilizó a todos, “Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”.

En ambas versiones de este relato, las primeras palabras de Jesús son, “La paz esté con ustedes”. Este pudo haber sido el saludo normal, “Shalom”, pero el contexto le da un significado más rico. La invitación a tocar es vista como una manera de restaurar la paz interior.

Esto es casi como si la iglesia esta semana nos estuviera dando una segunda oportunidad, una segunda invitación para reconocer a Cristo crucificado, a Cristo resucitado, y a desear con más celo aún el ser sus fieles discípulos.

El discurso de Pedro en la primera lectura de hoy da a entender que su audiencia había perdido la oportunidad de aceptar a Jesús como el Redentor y, en su lugar, lo enviaron a la muerte. Pero no todo está perdido. Si leemos entre líneas, Pedro está diciendo, “Ustedes también pueden salvarse”. Al decirles que hay que arrepentirse para convertirse, les está invitando a acercarse a aquel que puede darles la verdadera paz.

¿Acaso no es eso lo que Nuestra Señora nos dice? También nosotros podemos ser salvados. Ella nos hace rememorar a su manera aquello que escuchamos hoy en la segunda lectura: “Jesús es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”

Después de calmar el temor de sus discípulos Jesús dijo:” Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”.

Maximino lo dijo, cuando él y Melania bajaron apresurados hacia la Bella Señora, “nadie hubiera podido pasar entre ella y nosotros”- Ella vino para hacer que su pueblo se acerque más a su Hijo, para restaurar la paz con él. Estamos llamados a hacer conocer aquel mensaje.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

¿Imposible?

(2do Domingo de Pascua: Hechos 4:32-35; 1 Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)

Para el Apóstol Tomás una cosa era cierta: Jesús estaba muerto y sepultado. Por lo tanto, era simplemente imposible que los otros lo hubieran visto vivo. Las puertas de su mente estaban aún más fuertemente cerradas que las del lugar en donde los discípulos estaban reunidos al atardecer de ese primer día de la semana.

Otra cosa imposible se presenta como un hecho en la primera lectura. “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos”. Y en el Salmo leemos: “La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.

Estas cosas están fuera del alcance de la comprensión humana, por eso el salmista acota: “Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos”. La segunda lectura lo plantea de otra manera: “Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe”.

Cualquiera viendo el estado del cristianismo en la Francia del siglo XIX podría haber pensado como algo imposible la sobrevivencia de la Iglesia, dada la hostilidad que había en su entorno, y la fe tibia de muchos de sus miembros. Pero, como los Apóstoles que “daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús”, la Madre de nuestro Señor, con gran ternura, le hizo a su pueblo un llamado a la reconciliación y a la conversión de corazón, por medio de un fiel retorno a la oración y a la Eucaristía.

El relato de Tomás en el Evangelio de hoy es para nosotros un recordatorio de que nuestra fe no es algo que se da por sentado, sino que hay que valorarla como el más grande y el más bello de los dones. Sí, Jesús puede atravesar las puertas cerradas de la indiferencia, de la complacencia, del orgullo, del abatimiento, etc. Pero ¿queremos realmente nosotros colocarnos en esa postura?

Jesús en su misericordia tomó la iniciativa de poner a Tomás de nuevo en el lugar que le corresponde entre los Apóstoles. Luego pronunció una Bienaventuranza: “¡Felices los que creen sin haber visto!” Esto es también para nosotros.

La Oración Inicial de hoy expresa bellamente el propósito: “para comprender, verdaderamente, la inestimable grandeza del bautismo que nos purificó, del espíritu que nos regeneró y de la sangre que nos redimió”.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Simples Espectadores, Ya No.

(Pascua: Hechos 10:34-43; Colosenses 3:1-4 o 1 Corintios 5:6-8; Juan 20:1-9)

La Semana Santa puede ser vivida como una travesía o, mejor aún, como un peregrinaje, hacia la tumba vacía. La Conmemoración de la Cena del Señor el Jueves Santo, y de su Pasión el Viernes Santo, y especialmente la Vigilia Pascual tienen el propósito de renovar, fortalecer e intensificar nuestra fe.

Hoy, entonces, estamos listos para proclamar en alta voz con el salmista: “Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”, y “No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor”.

Aquí, como en la primera lectura, encontramos la noción de testimonio. En nuestro contexto saletense, nosotros siempre hablamos de Maximino y Melania como testigos de la Aparición, y ciertamente lo son. Pero, ¿nunca se te pasó por la cabeza pensar que la mismísima Bella Señora vino como testigo?

“Vengo a contarles una gran noticia”, dijo ella, pero su gran noticia no era meramente un asunto de información. Sabiendo lo que ella sabía, y viendo lo que ella vio entre su pueblo, se sintió no solamente obligada a suplicar sin cesar por su pueblo, sino también a hablar. Ella dio testimonio de su Hijo crucificado, portando su imagen sobre su pecho. Pero la deslumbrante luz de su crucifijo reflejaba también la gloria de la resurrección.

La Iglesia nos da una opción para la segunda lectura de hoy. 1era de Corintios destaca una palabra que oiremos constantemente a lo largo de las siguientes semanas: “pascual”. Podemos pensar que significa: algo que tiene que ver con la Pascua cristiana. Pero su significado original es: Algo que tiene que ver con la Pascua judía.

No es una coincidencia que la pasión y muerte de Cristo hayan sucedido alrededor de la Pascua Judía. Él se convirtió en nuestro Cordero Pascual, que su sangre sea rociada en los dinteles de nuestros corazones y almas, para que la muerte pueda pasar de largo sin hacernos daño, y podamos nosotros recibir el don de la vida eterna en Cristo.

Si la Cuaresma nos trajo la conversión interior, ¿qué más podría lograr en nosotros la Pascua? ¿Qué moción nos provoca el Espíritu Santo cuando entramos en la tumba vacía? ¿Qué debemos decir y hacer al regresar de aquel lugar a nuestro vivir cotidiano? (Imagina a aquellos gentiles, en la primera lectura, después de haber escuchado la prédica de Pedro).

Como cristianos, quizá hemos sido simples espectadores u observadores. ¿No será ya el momento para nosotros de ser más, hallar el modo de compartir nuestra alegría Pascual?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Humillación Voluntaria

(Domingo de Ramos: Marcos 11:1-10; Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Mark 14–15)

Jesús anticipó la aclamación de la admirada multitud. Hasta se las arregló para subirse a una montura y ser más visible. La gente estaba emocionada de recibirlo como su líder, su héroe.

Jesús lo aceptó todo.

El también anticipó la traición de Judas, la negación de Pedro, la huida de los discípulos, la burla de sus enemigos, cumpliendo así la profecía del Siervo Sufriente de Isaías que está en la lectura del Antiguo Testamento para hoy: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”.

Jesús lo aceptó todo.

La debilidad en un héroe ha sido siempre desvalorada, por tanto, no es para sorprenderse de que la adulación de la multitud se haya transformado luego en un clamor por la muerte de Jesús. Su desgracia fue tal que ellos eligieron a un nuevo héroe, “uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición”.

Lo que ellos no sabían ni podían saber, era de que toda aquella humillación era voluntaria. San Pablo escribe que Cristo Jesús, se anonadó a sí mismo y se humillo cambiando su “condición” de Dios por la de un esclavo, en obediencia, como lo deja claro el Evangelio, a la voluntad de su Padre.

“Por eso”, añade, “Dios lo exaltó... para que, al nombre de Jesús, se doble toda rodilla... y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor”

Por eso necesitamos una “lengua de discípulo”, como la del Siervo Sufriente de Isaías. Aquí no estamos hablando del don de la elocuencia, sino de la habilidad de “reconfortar al fatigado con una palabra de aliento”. Eso debería ser natural en nosotros como saletenses, si adoptamos la actitud de la Bella Señora.

Aun si la expresión de nuestra fe se topa con el rechazo, tenemos la misma confianza del Siervo de Dios, “El Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; ... y sé muy bien que no seré defraudado”.

¿Nos hubiéramos unido a la multitud para pedir la muerte de Jesús? ¿Quién sabe? La pregunta más importante, sin embargo, es si hoy estamos preparados para seguir su ejemplo de humildad y obediencia.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Un Espíritu Generoso

(5to Domingo de Cuaresma: Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

¿Te confundes cuando lees en la Carta a los Hebreos que Jesús, “aunque era Hijo de Dios, aprendió qué significa obedecer, alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna”? ¿Acaso no era siempre el perfecto, obediente Salvador?

Desde el comienzo de la cuaresma, hemos estado concienzudamente esforzándonos por alcanzar la perfección y la santa obediencia, también conocida como sumisión. Conocemos la lucha por dejar de lado los impulsos y las obsesiones, para “caer en la tierra y morir”, como Jesús dice en el Evangelio de hoy. Pero, si vemos esto primeramente como algo que debemos lograr por nosotros mismos, esperando que para la Pascua seamos capaces de decir. “¡lo logré!”, entonces habremos perdido el rumbo.

Mirando las otras lecturas, especialmente el Salmo, “¡Ten piedad de mí, Señor... borra mis faltas! ¡Lávame de mi culpa y purifícame de mi pecado! Crea en mí un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu... No me arrojes lejos... ni retires de mí tu santo espíritu... que tu espíritu generoso me sostenga”. Nuestro rol en todo esto es simplemente inclinarnos humildemente ante nuestro amoroso Dios. El hace todo el trabajo.

Solamente después de todo esto es cuando el salmista toma una resolución: “yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti” – un pensamiento muy en el corazón de todo saletense. La alegre, aunque a veces difícil, celebración del Sacramento de la Reconciliación puede otorgarnos la audacia para lograrlo.

En Jeremías, también, vemos que todo es obra de Dios. “estableceré una nueva Alianza... pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones... yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado”. Todo con un solo propósito: “yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”. La Bella Señora viene para renovar en nosotros esta esperanza.

Justo antes de la Comunión, una de las oraciones que dice el sacerdote concluye con las palabras, “Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permita que me separe de ti”.

Esto se hace eco en las palabras de Jesús, “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor”. Al llevar la imagen de su Hijo crucificado, perfecto y obediente, María nos invita a estar de pie con ella junto a su cruz.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

Volver a Subir a Jerusalén

(4to Domingo de Cuaresma: 2 Crónicas 36:14-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Ciro, el Rey de Persia, respetaba las culturas y las religiones de los pueblos bajo su dominio. Pero él debe haber recibido alguna clase de revelación del Dios de Israel, porque escribió: “El Señor [él usa el nombre YHWH], el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra”.

El autoriza a judíos en exilio por todo su vasto reino a volver, es decir, a subir a Jerusalén. El Salmo de hoy refleja el tiempo del exilio, y muestra cuán preciosa era Jerusalén para el pueblo de Dios.

El regreso a Jerusalén, es una imagen maravillosamente apta para Cuaresma. El ir implica una meta. El volver significa conversión. El subir sugiere una lucha. La Cuaresma es todo eso.

Comencemos con la noción de lucha. Uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado es el libre albedrio. El cual justamente defendemos tanto para nosotros mismos como para los demás. Pero San Pablo nos recuerda hoy que nosotros somos obra de sus manos, “creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos”. Acomodar nuestra voluntad a la voluntad divina tendrá su costo.

El volver, en lenguaje Cuaresmal, es regresar a nuestro Salvador. Un solo ejemplo de la Escritura servirá: “Yo he disipado tus rebeldías como una nube y tus pecados como un nubarrón. ¡Vuelve hacia mí, porque yo te redimí! (Isaías 44:22)

La meta, finalmente, no es un lugar, o una obra. Es el momento – antiguo o reciente – en el que fuimos más conscientes de la verdad enunciada en el Evangelio de hoy: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”. Habiendo redescubierto esto para nosotros, ¿no querríamos acaso que todos en nuestro tiempo también lo supieran?

El mensaje de La Salette contiene todos estos elementos. Algunas cosas son difíciles de entender y de aceptar. Es un llamado a volver a Dios. Nos propone una meta general, y una más específica también.

Como Saletenses, ¿podríamos acaso no encontrar “la buena obra, que Dios preparó de antemano para que la practicáramos” en las palabras de María: “Hagan conocer mi mensaje”?

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

El Señor Nuestro Dios

(3er Domingo de Cuaresma: Éxodo 20:1-17; 1 Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

¿Recuerdan lo que Dios le dijo a Moisés cuando este le preguntó su nombre? El Señor respondió categóricamente, “Yo soy el que soy”, y le dijo a Moisés que le dijera al pueblo, “YO SOY me envió a ustedes”.

Hoy leemos, “Yo soy el Señor, tu Dios... yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso”. Podría sorprendernos el saber que, en el original hebreo, el verbo soy no aparece aquí. Pero nuestra gramática lo requiere, así que el traductor lo inserta.

En teoría, en la ausencia del verbo, alguien pudiera traducir el texto como era, o será, o, usando otras muchas variantes. Lo importante es reconocer que al Señor como aquel que es, que era, que será, puede ser, pudiera ser, etc. – pues el ES, en el sentido más absoluto, nuestro Dios.

El Señor es Dios en sí mismo, pero también y, desde nuestra perspectiva, más importantemente, él es Dios para nosotros. “Yo soy el Señor, TU Dios”. Nuestra fe se fundamenta sólidamente en este primer mandamiento. No debemos servir a otros Dioses, no debemos adorar a ídolos. Este es el cimiento de todos los Mandamientos.

Nuestra Señora de La Salette habló explícitamente del Segundo y del Tercer Mandamiento. Sin embargo, es obvio, que el pueblo que los transgredía también rechazaba el Primero. Otros ídolos habían reemplazado al Señor su Dios.

Bajo esta perspectiva, la Cuaresma es el tiempo perfecto para reflexionar sobre el estado de nuestra relación con nuestro Dios. ¿Cuán fieles hemos sido? ¿Hasta qué punto nos hemos creado otros ídolos e inclinado ante ellos?

¿Compartimos el entusiasmo por la ley del Señor, los preceptos, los mandamientos, la palabra, los juicios del Señor, que expresa el Salmo de hoy? ¿Son más atrayentes que el oro, más dulces que la miel? O en cambio, ¿son escándalo y locura, tan difíciles de aceptar para nosotros hoy como lo fue la noción de un Mesías crucificado en tiempos de San Pablo?

El salmista amaba la ley, no como un abogado, sino porque era la ley DEL SEÑOR, a quien amaba con todo su corazón. Igualmente, la Bella Señora nos recuerda los mandamientos por el amor que tiene por nosotros y por su Hijo.

Ella nos muestra que, si deseamos tener una relación de amor con Dios, y cuando nos inclinamos (sometemos) solamente a él, entonces todo lo demás vendrá por añadidura.

Traducción: Hno. Moisés Rueda, M.S.

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